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El asesinato de Julio Antonio Mella
L

a noche del 10 de enero de 1929, Julio Antonio Mella paseaba del brazo de su amante, Tina Modotti, cuando fue abatido a tiros en la esquina de Abraham González y Morelos de la ciudad de México, a unos metros, una cuadra, de la Secretaría de Gobernación.

El asesinato a mansalva de Mella provocó una tormenta política en la ciudad de México y una inacabable serie de especulaciones. Destaca entre ellas una contrafactual: para muchos, el joven comunista cubano exiliado aquí, fue una malograda promesa. Su asesinato, junto con la muerte del peruano José Carlos Mariátegui el año siguiente, eliminó la posibilidad de que existiera en América Latina una poderosa resistencia intelectual contra el estalinismo, desde las filas de los partidos comunistas.

Por ello, muchos comentaristas posteriores (a nadie se le ocurrió entonces) asegurarían que el joven cubano fue asesinado por órdenes de Stalin. Omitamos que Stalin todavía no terminaba de asumir el poder supremo y aún no imponía sus métodos. La acusación solía respaldarse en que poco después del asesinato de Mella, Modotti se convertiría en amante de Vittorio Vidali, y que ambos serían conocidos en la Guerra Civil Española como estalinistas incondicionales: en esa guerra, Vidali, con el nombre de comandante Carlos, comisario político del quinto Regimiento, dejaría una estela de violencia represiva que lo hizo un digno agente de Stalin. Sin embargo, en lo que a Mella toca, es una clásica explicación posfacto. En enero de 1929 ni Stalin ni Vidali eran lo que serían en 1937.

Lo que sí se les ocurrió entonces a la policía mexicana y a no pocos sectores de la llamada opinión pública fue el crimen pasional. La prensa llamó a Modotti disoluta, veneciana perversa, Mata Hari del Comintern (siglas de la Internacional Comunista) y adjetivos semejantes. Releer la prensa de aquellos días nos revela que el movimiento feminista sí que ha ganado batallas, al menos en lo que al discurso público se refiere.

El linchamiento mediático contra la fotógrafa y modelo comunista fue inmediatamente combatido por el partido al que pertenecía. Desde el primer día, los comunistas, por boca del ya mundialmente famoso Diego Rivera (quien por instrucciones del comité central del partido condujo una investigación paralela) desde el principio señalaron como autores intelectuales del crimen al dictador cubano Gerardo Machado y a su embajador en México, que mantenían de tiempo atrás espías y sicarios que seguían a los disidentes y exiliados de la gran antilla… con la complicidad del gobierno de México.

¿El gobierno mexicano?, ¿qué no teníamos suficientes actores en la ecuación? Para algunos, el asesinato de Mella es el punto de partida de una transformación del discurso político mexicano y la tolerancia al radicalismo, propios de la década de los 20. En los meses siguientes al asesinato de Mella sería fusilado el legendario dirigente campesino y comunista José Guadalupe Rodríguez; moriría misteriosamente el líder de la Unión Nacional Campesina, Úrsulo Galván, y se ilegalizaría al Partido Comunista.

Si esto fuera una trama de fic­ción, podrían acusarme de gigantismo: aparecen aquí desde Gerardo Machado y Emilio Portes Gil hasta el legendario comisario de policía Valente Quintana. Sicarios, pistoleros a sueldo, agentes, espías, exiliados, pintores y fotógrafas de fama mundial. Desde esta historia se tejen muchas otras, y dando vueltas o acercándose a ella se han escrito libros formidables, como Tinísima, de Elena Poniatowska. Y cuando discutíamos el tema hace algunos años, había quienes podían llegar a las manos sobre las acusaciones contra Stalin, Vidali, Modotti… o, se nos quedaba en el tintero, alguno de los anteriores amantes de la hermosísima Tina, como el muralista Xavier Gue­rrero, comunista de armas tomar, a quien Quintana en algún momento quiso culpar. ¿Quién fue?, ¿seguiremos discutiendo?

Ya no. Gabriela Pulido halló los expedientes sobre Mella en los archivos policiacos mexicanos y Laura Moreno localizó en La Habana el expediente de la vigilancia y espionaje a que el gobierno cubano sometía a Mella y a los exiliados. Cruzaron los expedientes, hicieron una pesquisa exhaustiva en otros repositorios, leyeron cuantos libros se habían publicado y parece que al fin, a 90 años de su asesinato, sabremos quién y por qué ordenó matar a Mella. Y no se los cuento, lean: El asesinato de Julio Antonio Mella: Informes cruzados entre México y Cuba, de Gabriela Pulido y Laura Moreno (INAH, 2018), que se presentará este jueves en la ­feria del Libro de La Habana, es más que un gran libro de historia: es un ­relato policiaco y de espionaje, así como un tratado sobre la política internacional de México, que también nos abre los ojos sobre las difíciles decisiones de hoy.

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