a Cuarta Transformación va en marcha; los obstáculos son muchos, algunos derivados del desorden heredado, de la deuda externa acumulada y otros legados de los que se fueron; hay también obstáculos deliberados, acciones concertadas, campañas ideadas por expertos en guerra sucia. Pero como sabemos, todo veneno tiene su contra- veneno; los partidarios del cambio han podido contrarrestar los ataques con acciones oportunas y mucho ingenio en las redes sociales y de persona a persona. También cuenta la respuesta que se da todos los días en las conferencias del Presidente de la República, que explica con paciencia lo que hace, lo que planea, sin ocultar nada ni evadir preguntas.
Sin embargo, no son estos los únicos enemigos a vencer. Hay otros obstáculos que llamaría autogenerados
; son las inercias, las prácticas antidemocráticas que se aceptan como inherentes a la política, porque se han reiterado tanto que llegaron a convertirse en una segunda naturaleza de la actividad pública.
Entre estas herencias nefastas del viejo sistema está la aceptación en las cámaras del Congreso de algunos vicios de antaño que no se han querido o no se han podido superar.
El Ejecutivo, con disciplina, con voluntad política, apoyo y reconocimiento del pueblo, cumple sus propuestas en los diversos campos que corresponden a la administración pública, rescata los recursos que nos arrebataron, ha tenido que detener obras mal planeadas, verdaderos barriles sin fondo y también desenmascara abusos, corruptelas y saqueos como el de la gasolina.
Lamentablemente, el Poder Legislativo ha tenido un desempeño menos definido, de altibajos, de aciertos y errores. Ha sido capaz de acompañar al Ejecutivo aprobando, a veces con dificultad, parte de la legislación necesaria para los cambios ofrecidos, pero no ha podido sacudirse prácticas añejas, copias del viejo régimen, de cuando el pastor
del grupo mayoritario tenía en su curul un teléfono rojo para consultar con el Ejecutivo o para recibir línea; también ha conservado vestigios de la forma en que se relacionan los líderes de los grupos parlamentarios con el resto de los legisladores, los aceptan con funciones de autoridad y no sólo como coordinadores entre iguales.
Por años, nuestro Poder Legislativo funcionó de espaldas a dos principios elementales del parlamentarismo, o por no verlos o por considerarlos como obstáculos para alcanzar sus objetivos; me refiero a la libertad de opinión y de voto de los legisladores y al principio de igualdad entre ellos, se olvidan que son pares, no subordinados.
En el trabajo legislativo cotidiano es fácil renunciar a la libertad, lo que sucede cuando el legislador compromete su voto de antemano, antes de escuchar argumentos y reflexionar sobre ellos y cuando soslaya el principio de igualdad, que se vulnera cuando prevalece una regla más de una orden religiosa que de un parlamento: el que obedece no se equivoca
.
Se ha vuelto también lugar común repetir la expresión atribuida a Jesús Reyes Heroles: en política, la forma es fondo
. La afirmación no es del todo cierta, pero tiene su parte de verdad, cuidar la forma, casi siempre es cumplir con la ley, es actuar conforme a la reglamentación, con claridad y veracidad. Actuar en un parlamento implica algo más que preceptos jurídicos, exige respeto a los representados, cuyos intereses son superiores, pero también respeto a la propia investidura y a la soberanía que se encarna.
Adelantar a los medios de comunicación el resultado de una determinación, como sucedió en el caso del fiscal general, cuando el proceso aún no está concluido; comunicar que había un ganador cuando algunos de los aspirantes al cargo continuaban en sus participaciones ante el pleno, avisar de antemano cuál será el sentido del voto, convirtió a los actos finales del debate y votación en una mala comedia y constituyó una falta de respeto a los participantes y a la naturaleza del parlamento.
Así no va la Cuarta Transformación; los procesos parlamentarios no pueden seguir siendo la calca de lo que fueron durante el sistema anterior, oídos sordos a los discursos y argumentos, debates a veces de altura, pero sin ánimo de ser escuchados y arreglos en las reuniones de coordinadores.
Y que no me digan que no se puede; la Asamblea Constituyente de Ciudad de México así funcionó, en debates abiertos y tanto en las comisiones de dictamen como en la de coordinadores, siempre las puertas abiertas para quienes quisieran asistir y participar fueran o no integrantes de la comisión.
La fiscalía quedó en buenas manos; el Senado, con integrantes bien intencionados, pero inexpertos, no salió tan bien librado como hubiera sido deseable, tropezó en una práctica descuidada y carente de pulcritud parlamentaria. El tema requiere un debate; si vamos a cambiar, que sea en todos los ámbitos de la vida pública, incluyendo, por supuesto, al Poder Legislativo, al que Morelos consideraba el primero entre los tres.