urante más de ocho décadas el cine se ocupó largamente de difundir por todo el mundo las correrías de los piratas. Ahora, paradójicamente, la piratería ataca sin tregua a la industria cinematográfica, y si no amenaza con hundirla, al menos está poniéndola en serios problemas de flotación. El hecho de que durante los pasados 12 meses hayan sido reproducidas ilegalmente 258 millones de vistas de películas en el mundo (y es una cifra muy conservadora) da una idea de la magnitud que ha alcanzado la práctica de ver cintas al margen de los espacios específicos para hacerlo: las salas de cine.
Sólo en México el negocio cinematográfico ha perdido alrededor de 110 millones de dólares (mdd), según datos de la empresa Motion Picture Association filial México, pese a los esfuerzos de los industriales del sector por abaratar los costos de su producción de cine y televisión a los consumidores y hacerlos más accesibles para sus bolsillos. Algo han logrado con estas medidas, porque en 2016 las pérdidas habían ascendido a 181 mdd. La reducción parece significativa, pero las pérdidas siguen siendo grandes y el número de usuarios-pirata que disfrutan del cine gratuitamente no muestra ninguna tendencia a disminuir.
Lo que ocurre es que cada día resulta más difícil cuantificar tanto el volumen de personas que piratean las obras de las productoras cinematográficas, como el caudal de películas (todas ellas con su correspondiente registro de propiedad intelectual) que son vistas irregularmente. Y esto porque los dispositivos y las vías para hacerlo se multiplican a la par de los sistemas ideados para precisar las dimensiones de la piratería. Pasaron ya los días en que el ilícito se basaba en el ripeo (anglicismo que describe el hecho de copiar material de un soporte multimedia a uno digital), cuando los entonces primerizos piratas iban a los estrenos de cine con una pequeña cámara, grababan imagen y sonido de las películas que se proyectaban, y después las reproducían por cientos o miles en discos DVD para comercializarlas de manera masiva.
El constante desarrollo de la tecnología ha ido permitiendo que con únicamente disponer de un celular o una tableta los nuevos usuarios de la piratería accedan a las producciones del cine o la televisión prácticamente desde el primer momento en que éstas son hechas públicas, y a veces antes, visitando sitios de Internet que ofrecen en streaming (es decir que retransmiten) contenidos como música, series o películas, o utilizando programas P2P ( peer-to-peer, esto es red entre pares
), donde bajan, suben e intercambian productos audiovisuales con otros usuarios. La mayoría de los sitios de streaming son difíciles de ubicar, y cuando eso sucede sencillamente cambian su dirección en la red; en cuanto a los programas P2P resulta inútil combatirlos, entre otras cosas porque en teoría sirven para que quienes los emplean se pasen entre sí información o productos que son de su propiedad y por ende legales.
Sobra decir que detectar y más aún terminar con los métodos de la nueva piratería que torpedea a la industria del cine es caro y laborioso. Desmantelar un negocio clandestino que replicaba DVD’s no representaba mayor dificultad, porque bastaba con ubicar y decomisar las grabadoras e impresoras del material. Pero llegar a cada uno de los usuarios que bajan
películas de la red o simplemente las ven en sitios no autorizados resulta poco menos que impracticable. De momento, la industria cinematográfica y la piratería se limitan a convivir malamente, porque la confusa, ambigua y polémica legislación sobre Internet va a mantener ese carácter por largo tiempo, y porque los escollos técnicos para erradicar las prácticas piratas son demasiado grandes.