l Partido Demócrata obtuvo en las elecciones de medio periodo, realizadas el martes pasado en Estados Unidos, una moderada victoria, al hacerse con el control de la Cámara de Representantes, pero no fue capaz de capitalizar el descontento generado en amplios sectores de la sociedad de ese país por la atrabiliaria presidencia de Donald Trump como para lograr también la mayoría en el Senado. Con tales resultados, los demócratas podrán obstaculizar algunos de los designios más arbitrarios y regresivos del mandatario, pero ha quedado fuera de su alcance toda posibilidad de contener de manera general las decisiones emanadas de la Casa Blanca. Menos aún podrán reorientar la política estadunidense, como habría sido deseable, por un cauce de sensatez e institucionalidad, y rescatarla del camino de confrontación y polarización por el que ha sido conducida en los pasados dos años.
En el peor de los casos, ante las victorias estatales del Partido Republicano y la ampliación de su mayoría en el Senado, el resultado podría definirse como un empate. Con ese resultado lo pertinente habría sido que tanto Trump como los demócratas buscaran conciliar sus posiciones encontradas, a fin de facilitar la gobernabilidad en el país del norte. Así lo hicieron los segundos, por boca de Nancy Pelosi, líder de la bancada demócrata en la Cámara baja, la cual expresó su disposición a buscar, desde una postura firme
, acuerdos con la Casa Blanca. La veterana legisladora se perfila a recuperar la presidencia de la Cámara de Representantes, un puesto de suma importancia en el escenario político y tercero en el orden de sustitución del jefe de Estado, después del vicepresidente.
En contraste, al día siguiente de la elección, Trump se mostró más provocador y desafiante que de costumbre: aunque expresó su deseo de que republicanos y demócratas puedan trabajar juntos
en materias como la salud, la infraestructura, el comercio y la reactivación económica, empleó un tono de exigencia para pedir que el Legislativo autorice los dineros necesarios para la construcción del muro que pretende levantar en la frontera común con México y amenazó con adoptar una postura de guerra
si la oposición pretende seguir impulsando investigaciones sobre los muchos aspectos oscuros de su gobierno –particularmente, en lo que se refiere a los conflictos de interés entre su condición de empresario y su actual investidura y los alegados vínculos rusos de su equipo de campaña–, además, insultó en público al corresponsal de CNN en la Casa Blanca y, lo más grave, echó del cargo sin más trámite al fiscal general del país, Jeff Sessions.
El magnate neoyorquino no había ocultado su animadversión hacia Sessions por la equidistancia y la neutralidad que éste guardó ante la investigación que realiza el fiscal especial Robert Mueller en torno a la pretendida relación entre colaboradores del primer círculo del entonces candidato republicano con empresarios y funcionarios rusos en el contexto de la campaña presidencial de 2016. Mueller, por su parte, ha ampliado las pesquisas a los posibles intentos de Trump por obstruir la justicia, lo cual podría conducir a una imputación política al presidente.
En suma, las reacciones de Donald Trump ante los resultados electorales, del todo concordantes con su personalidad, parecen indicar que Estados Unidos se apresta a vivir otros dos años bajo el signo de la polarización, la arbitrariedad y la persistente erosión de las instituciones.