Miércoles 7 de noviembre de 2018, p. 27
Nueva York. En esta primera oportunidad de los ciudadanos para calificar el régimen de Donald Trump desde su elección hace dos años, los claroscuros de este país se exhibieron a lo largo del día.
El régimen centró su argumento político para estas elecciones intermedias en la amenaza de una invasión
de inmigrantes y una crisis
en la frontera (cifras oficiales registran que los índices de ingreso de indocumentados por la frontera en 2018 es inferior al promedio de la década anterior), y empleó lo que tan efectivamente se intentó en otras elecciones en este hemisferio, al advertir que la oposición desea convertir a Estados Unidos en Venezuela, que los demócratas son una turba radical
que quiere abrir las fronteras y detonar un desastre económico, entre otras cosas.
Todo acompañado de mensajes racistas poco sutiles (Facebook, NBC, CNN y hasta Fox News y otros medios suspendieron el último mensaje de Trump que mostraba a un criminal mexicano, al calificarlo de racista), y con varias campañas republicanas haciendo circular propaganda antisemita en sus mensajes, así como implementando una serie de medidas para suprimir el voto de sectores minoritarios. Son tácticas contra las cuales se ha estado luchando desde los años 60.
Son mensajes a sus bases, que incluyen a los ultraderechistas que hoy organizan una contra-caravana
de milicias para defender la frontera, e inspiran a extremistas enloquecidos que en semanas recientes han perpetrado algunos de los atentados terroristas más graves en este país en los años recientes, motivados por el mensaje antimigrante, antisemita y racista de este régimen.
Ante ello, hoy también culminó un esfuerzo masivo por dejar constancia en las urnas del rechazo a todo esto; el esfuerzo de sumar las masivas manifestaciones de repudio de estos dos años y recuperar la democracia
ante lo que es percibido como un asalto con fines neofascistas de este régimen.
Todo indica que el voto de las mujeres, de los jóvenes, maestros, enfermeras, sindicatos y gremios progresistas, así como de viejos y nuevos aliados entre afroestadunidenses, latinos, indígenas, la comunidad gay, los ambientalistas y defensores de derechos y libertades civiles y artistas lograron impulsar un índice de participación sin precedente.
El tamaño de las filas que había desde temprano en las casillas en esta ciudad sorprendió a los supervisores, lo mismo se reportó en otros puntos del país, donde se repetía que nunca se habían visto estas dimensiones de participación en una elección intermedia. Los jóvenes de March for Our Lives festejaban reportes de sus compañeros de todo el país sobre la participación de su generación. Voten como si su vida dependiera de ello
era su consigna, haciendo eco de organizaciones de mujeres, de defensa de derechos civiles y de ambientalistas, entre otros.
Aquí se está decidiendo si este país tiene esperanza o si ya está derrotado por sus fuerzas más oscuras
, comentó un activista a La Jornada. “Good evening. Chingue su puta madre Mr. Trump (y después en inglés:) voten, por favor voten”, suplicaba un indocumentado mexicano a afroestadunidenses en una calle de Manhattan esta mañana. Un sindicalista veterano de numerosas campañas políticas dijo a La Jornada que si los demócratas no ganaban por lo menos la Cámara de Representantes, “we are all fucked”.
Todo esto en un país donde el presidente es el más reprobado en décadas y donde el Congreso goza de una tasa de aprobación de sólo 19.6 por ciento. O sea, donde la gran mayoría desaprueba a la clase política de Washington.
En parte, la calificación de los políticos por la ciudadanía tiene que ver con la percepción de que el sistema es corrupto y responde al dinero más que a los intereses de la población, algo que explica en parte lo que podría ser una vez más el partido más grande de esta contienda: el abstencionismo.
De hecho, estas fueron las elecciones intermedias más caras de la historia, con un gasto total de 5.2 mil millones de dólares, calculó el Center for Responsive Politics.