a camarista y otras sorpresas. La 16 edición del Festival Internacional de Cine de Morelia puso en evidencia no sólo la buena salud del cine mexicano actual, sino, de modo más elocuente, el impulso formidable que las mujeres –cineastas, guionistas y actrices–, han conseguido darle a un relato de ficción que parecía languidecer por falta de propuestas originales y atractivas. Hasta fechas recientes, en el cine documental destacaba un vigoroso punto de vista femenino, muy socialmente comprometido, desde Tempestad, de Tatiana Huezo, hasta Batallas íntimas, de Lucía Gajá, por mencionar sólo dos títulos emblemáticos. Lo que hoy resulta ya claro es la presencia de directoras jóvenes que logran incorporar las preocupaciones sociales en narrativas de ficción que rompen de tajo y saludablemente con la frivolidad y el conformismo con que muy a menudo se asocia la figura femenina en las comedias románticas de mayor éxito en taquilla. Sería ingenuo imaginar que de un día a otro las mujeres inteligentes y sensibles que escriben o protagonizan relatos como La camarista, El ombligo de Guie’dani, La caótica vida de Nada Kadic, Leona, Asfixia, Antes del olvido, Luciérnagas o Las niñas bien (títulos notables en el festival de Morelia), llegarán a seducir, a corto plazo, a públicos tan amplios como los que se asegura el cine comercial actual. Sin embargo, la respuesta que el público cinéfilo michoacano reservó a la mayoría de estos títulos y las premiaciones finalmente obtenidas permiten asegurar que el cine mexicano puede hacer en el terreno artístico un estupendo contrapeso a las fórmulas banales de la comedia romántica rutinaria y ofrecer muy buenas sorpresas, tanto a los jóvenes productores interesados como a un público hasta ahora reticente a ver más y mejor cine nacional.
Las narrativas. A partir de algunos personajes del libro homónimo de la escritora Guadalupe Loaeza, la cineasta Alejandra Márquez Abella consigue elaborar en Las niñas bien un formidable retrato de la clase media alta mexicana a principios de los años 80, en el sexenio de López Portillo, y del marasmo existencial en que la crisis económica y la nacionalización de la banca sumió a buena parte de quienes hasta ese momento se sentían dueños indiscutibles del país. La radiografía es inclemente. La sofisticada Sofía (Ilse Salas, perfecta), se ve obligada a asistir al derrumbe emocional de su marido y al colapso de todas sus certidumbres como mujer socialmente privilegiada. Nada detiene su naufragio moral ni el desasosiego de sus amigas adineradas, salvo el imperativo para todas de saber guardar, en la desgracia, una última apariencia de dignidad, apenas convincente para ellas mismas, y muy patética a la vista de los demás. Una crisis no menos fuerte se apodera de la familia de clase media que en El ombligo de Guie’dani, de Xavi Sala, no logra atemperar lo suficiente sus prejuicios clasistas y se ve obligada a lidiar penosamente con la personalidad rebelde de la joven indígena zapoteca Guie’dani (Sótera Cruz) quien, al lado de su madre, les presta sus servicios domésticos. Es el extremo opuesto de la domesticada nana buena que irreprochablemente cumple con su destino social en la también notable Roma, de Alfonso Cuarón. En Antes del olvido, de Iria Gómez Concheiro, el papel protagónico lo tiene una colectividad de hombres, mujeres y travestis en una vecindad del Centro Histórico amenazada con un desalojo forzado. En la mejor tradición del cine popular de los años 40, la directora pone de relieve los impulsos solidarios que en un momento de crisis triunfan sobre el interés individualista o el cálculo mezquino. Hay personajes insólitos, de curioso anacronismo, como el hombre maduro soltero que convive con su padre anciano como una pareja afectiva golpeada por el infortunio o el afeminado peluquero que atiende a su hijo y también, con brazo fuerte, la seguridad misma de la vecindad en los momentos de peligro. Una galería de personajes de la combatividad urbana en tiempos de una despiadada especulación inmobiliaria secundada por las autoridades. También en un registro similar de atmósferas urbanas viciadas por la desigualdad social destaca Asfixia, de Kenya Márquez, un relato complejo y emotivo sobre la discriminación racial que padece Alma (Johana Fragoso Mendl), ex presidiaria albina, en sus intentos desesperados por recuperar a su hija en un territorio hostil donde intolerancia y pobreza forman una mancuerna inesperada para cualquier corrección política. Es la vertiente opuesta y negra del triunfo solidario que sugiere Antes del olvido. Otra cinta destacada es Leona, de Isaac Cherem, recuento agridulce, en tono de comedia, de las desventuras existenciales de Ariela (Naian González Norvind), joven judía renuente a aceptar las imposiciones culturales y religiosas de su comunidad. La actuación de la protagonista es espléndida. Por último, la cinta triunfadora del festival, La camarista, de Lila Avilés, ofrece el retrato de Eve (Gabriela Cartol, toda una revelación), la joven empleada de un hotel capitalino de lujo que cumple metódicamente su trabajo hasta descubrir los tristes límites y desventajas de la disciplina y la solidaridad laboral. Nada tiene que envidiar esta cinta a las crónicas intimistas del mejor cine europeo, desde los hermanos Dardenne hasta el finlandés Aki Kaurismaki. Lo notable aquí es el firme posicionamiento de una sensibilidad y una mirada crítica femeninas en un medio todavía dominado por la autosuficiencia masculina. Morelia, nuevamente a la vanguardia de la cinefilia nacional.
Twitter: @Carlos.Bonfil1