omo miembro a título personal
de la Junta Directiva del Colegio de la Frontera Norte, gran institución fundada por el amigo y siempre respetado Jorge Bustamante, asistí a la reunión de los Centros Públicos de Investigación (CPI) coordinados por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). En pocas horas, pude conversar con algunos colegas de diferentes CPI, ubicados en varias entidades de la República, y tomar nota, así fuese impresionista, de lo valioso que es para un país tener investigadores científicos de varias edades y experiencias, bien instalados en espacios adecuados, con seguridad laboral y unas reglas conforme a las cuales pueden organizar e imaginar su labor intelectual, científica y de investigación para innovar.
Habrá que discutir una y otra vez sobre la talla de nuestra planta científica y asumir nuestra falla como nación para apoyarla, conforme a los criterios y parámetros internacionales. Seguramente, vendrán a nosotros los reclamos de muchos sobre las malas maneras de distribuir los dineros o las omisiones, imperdonables sin duda, en la entrega de las becas a quienes aspiran a ser investigadores y científicos del más alto nivel. Habremos de lamentar también la pérdida de cerebros por la incapacidad de las instituciones para ofrecer expectativas a los mejores y los más brillantes.
Lo que no debemos hacer, es negar lo logrado por esta variada y compleja, por fortuna cada día más grande, estirpe de mexicanos dedicados al trabajo científico institucional y comprometidos con la misión de enseñar y contagiar a los jóvenes con esta gana de saber y darle al trabajo sistemático un lugar respetado en la escala de valores nacional.
Mucho han hecho los antecesores de la actual generación de estudiosos; y valioso ha sido lo emprendido por muchos desde el Conacyt por sus actuales y anteriores directivos. Supongo que en medio de estas historias hay frustraciones y amarguras, pero también motivos varios y abundantes de orgullo y satisfacción por lo logrado.
Los logros deben difundirse, y cacarearse
y emprender a partir de ellos una razonable evaluación de lo hecho y lo mucho que nos queda por hacer.
Lo que no puede hacerse, porque sería imperdonable como obra de gobierno, es despreciar el trabajo empeñado, en y desde los laboratorios o las aulas, así como desde los escritorios y las computadoras. Lo que está en juego es demasiado grande y no se puede jugar con lo que tenemos y logrado a no poco costo.
El parque
de ciencia y tecnología con que contamos es poco, pero nada despreciable, y cuidarlo es ya, qué duda cabe, tarea nacional.
La libertad de expresión es nuestro oxígeno y el de los demás. No se puede jugar con esto y mucho menos abusar de lo que como activo hemos conseguido. Lo que diga un periodista, Loret de Mola u otro, es sagrado. Queda para después examinar su congruencia o valor. Pero, por lo pronto, lo dicho es para todos palabra de ley. De ella depende nuestro oxígeno.