Opinión
Ver día anteriorDomingo 7 de octubre de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aura, electrocutada
C

reo que hace mucho tiempo que no ocurría en el ámbito de la ópera mexicana un caso tan flagrante de buenas noticias y malas noticias. Las buenas: que, a 29 años de sus funciones de estreno, volvió a ponerse en escena con todas las de la ley la magistral ópera Aura de Mario Lavista, bajo la dirección musical de Gabriela Díaz Alatriste, y escénica de Ragnar Conde, en el contexto del 40 Foro Internacional de Música Nueva. Las malas: el resultado conjunto de la ejecución y de la puesta en escena dejó mucho que desear.

Para comenzar por el aspecto escénico, vale la pena recordar que Aura es una ópera de cámara, intimista, más claustrofílica que claustrofóbica, en la que libretista (Juan Tovar) y compositor juegan brillantemente con el espectro, el fantasma, el doble, el otro yo, el Doppelgänger. Para comunicar el cimiento narrativo que viene desde la novela corta de Carlos Fuentes, Tovar y Lavista plantearon la presencia de cuatro personajes mediante los que se cuenta toda la peripecia de la trama, que es de gran sencillez y de gran sutileza. En esta puesta en escena se conservó adecuadamente el aspecto visual umbroso que se antoja indispensable para la Aura operística, y fue posible apreciar algunos aciertos en lo que se refiere a la creación y transformación de los espacios. Sin embargo, estas dos funciones de Aura en el Teatro de la Ciudad fueron prácticamente arruinadas por uno de los más flagrantes deslices escénicos que recuerdo en ópera alguna. Muebles, camas, espejos, escaleras, son movidos y recolocados por un grupo de personajes que en principio no deberían ser más que eso, asistentes de escena. Pero he aquí que, de rigurosa túnica negra y enmascarados, estos individuos se quedan en escena y proceden a participar en la acción, ora deambulando de aquí para allá sin ton ni son, ora echándole montón (¡literalmente!) a los personajes de la ópera. Pocas cosas más ridículas que ver a estos monigotes echando a perder los etéreos encuentros y desencuentros entre los personajes y los fantasmas de Aura; tan ridículo, que hay momentos en que sobrepasan en número a los propios protagonistas. Mala combinación de la manía por el abigarramiento gratuito y el ya tradicional horror vacui, esas presencias no hicieron sino robarle a Aura su indispensable perfil de misterio y soledad; aquello parecía una alegre romería de carnaval.

Respecto de la música, me es indispensable plantearme esta pregunta retórica: ¿es posible que yo emita una opinión medianamente válida sobre esta Aura, en la que la orquesta y los cantantes fueron inmisericordemente microfoneados y amplificados? Llevo días tratando de responderme, y lo único que me viene a la cabeza es un rotundo no, a pesar de que sonorización no fue mala. Es bien sabido que el Teatro de la Ciudad tiene una acústica deplorable, pero también es un hecho que las herramientas para corregirla deberían ser la creatividad y la imaginación, no la electricidad y la amplificación. Es decir: no tengo idea de cuál fue el rendimiento vocal real de los cuatro protagonistas; acaso, alcancé a percibir la particular experiencia vocal y escénica de Carla López-Speziale en el papel de Consuelo. Daño colateral y efecto secundario: cuando Aura (Alejandra Sandoval) y Felipe (Alonso Sicairos-León) tienen su esperado encuentro erótico, no ayuda para nada a la verdad teatral que en su intento de semidesnudez terminen enredados en los muy visibles cables y transmisores de sus micrófonos inalámbricos. La Orquesta Filarmónica Mexiquense y su directora hicieron un loable esfuerzo en el foso, pero los micrófonos y las bocinas impidieron percibir cabalmente las sutilezas tímbricas y armónicas de la ejemplar partitura de Lavista, en algunas de las cuales perdieron la afinación y el balance. Eso sí, en el programa de mano, el currículum de la empresa productora Escenia Ensamble AC y el de la orquesta, de mucho mayor tamaño que el de Mario Lavista, de quien ahí se afirma: El Maestro es músico. ¡Alabado! Y… ¿para cuándo una buena Aura unplugged?