mables lectores de La Jornada me comentan sus ideas sobre la dinámica económica estadunidense. Y me formulan preguntas críticas sobre las alternativas de medir la rentabilidad global de la economía vecina. Entre ellos, desde Maryland, un ex compañero del Tecnológico de Monterrey, el original de las faldas del Cerro de la Silla.
El BEA (siglas en inglés del Bureau of Economic Analysis), organismo oficial de datos económicos de Estados Unidos, ofrece datos de nivel y estructura del ingreso interno bruto ( Gross domestic income). Cinco componentes dan razón de este ingreso: 1) compensaciones de empleados (salarios y prestaciones); 2) impuestos a producción e importaciones; 3) subsidios; 4) excedente neto de operación de empresas privadas (las más) y gubernamentales; 5) consumo de capital fijo (cargos por uso de activos).
Un indicador primario de la rentabilidad sería, entonces, el excedente bruto de operación, es decir, el neto más impuestos sin subsidios. Pues bien, de la posguerra a nuestros días se descubren tres etapas diferenciadas en su comportamiento. Una primera, hasta el comienzo de los años 80, con un crecimiento real anual continuo del orden de 3 por ciento. Incluso, levemente menor que el registrado por las compensaciones a los trabajadores. Una segunda, de mediados de los años 80 a 2006, con un crecimiento de 4 por ciento real al año. En esa etapa, ya ligeramente mayor al de las compensaciones de los trabajadores, que perdieron dinamismo. Una tercera de crisis, de 2006 en adelante, que apenas se supera con dificultades.
Si analizamos detalladamente el peso o la relación de este excedente con el total de activos utilizados en la economía (sólo los no residenciales), el comportamiento muestra dos tendencias esenciales. De la posguerra al inicio de los años 80 de descenso continuo, a pesar de un intento por frenar dicho descenso entre 1961 y 1969. Y de mediados de los 80 a nuestros días de comportamiento irregular y cíclico, con una recuperación lenta de finales de los años 80 a 2006, cuando se derrumbó esa relación por la sobreacumulación de activas provocada por una inversión incontrolable, que sólo la destrucción de capital
permitió frenar.
Este comportamiento se confirma si agregamos a los activos no residenciales una estimación del consumo intermedio de la producción. Se trata –me dice Perogrullo– de los insumos utilizados en la producción anual (del orden de 45 por ciento del valor bruto de la producción. Asimismo, se confirma si a los activos y a los insumos agregamos las compensaciones a los trabajadores (entre 50 y 58 del valor agregado. Ciertamente –afirman académicos críticos, entre ellos algunos latinoamericanos y varios mexicanos, en los que muy pronto me concentraré– es preciso identificar el volumen de recursos que realmente utilizan las empresas para pagar insumos intermedios y compensaciones. Menos que el monto anual. Se estima no mayor a la cuarta parte de ese total. Incluso, menor si se acelera la venta de lo producido y se manejan bien los inventarios.
Lo importante es comprender que esa tasa de rotación determina el nivel último de la rentabilidad. Mayor o menor, mientras más o menos aceleradamente se recupere el pago de insumos y compensaciones. Una conclusión. Desde mediados de los 80 la rentabilidad ha tenido un comportamiento errático y no ha logrado su plena recuperación. Sin duda.