iempre he apoyado a las personalidades y pueblos que buscan restaurar lo más posible la zona lacustre de la Cuenca de México. A principios de este siglo, por ejemplo, ante la posibilidad de construir por ese rumbo un nuevo aeropuerto, varios arquitectos encabezados por Teodoro González de León y Alberto Kalach, divulgaron un plan para dar continuidad a los exitosos logros alcanzados durante varios lustros por el Proyecto Lago de Texcoco, tarea magna de don Gerardo Cruickschank. Éste hizo realidad algunas de las ideas expuestas a mediados del siglo pasado por don Nabor Carrillo.
El plan elaborado por el grupo encabezado por González de León y Kalach contemplaba proseguir el rescate del citado lago y los de Chalco y Zumpango, y la conservación de los ríos y canales existentes en el oriente de la cuenca. No pocos funcionarios lo calificaron de utópico
. No lo era. Nada mejor para los millones de habitantes que viven en la cuenca que establecer con lagos, ríos y canales un sistema de regulación para abastecerlos de agua potable, reciclar las provenientes de los hogares y los servicios en beneficio de la agricultura y la industria; evitar las inundaciones en la temporada de lluvias y mejorar el ambiente de la cuenca.
No proponían sólo la recuperación lacustre en cerca de 7 mil hectáreas, sino en paralelo un polo de desarrollo urbano, industrial, agropecuario y de servicios (educación, salud, cultura, deporte, recreación) basado en principios de sustentabilidad. Y, algo muy importante, autofinanciable y sostenible en todo lo posible. Todo ello elevaría especialmente la calidad de vida de los habitantes de las áreas de Neza, Aragón, Ecatepec y Chimalhuacán y zonas vecinas. Contemplaba igualmente la posibilidad de erigir en 800 hectáreas el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM), moderno, funcional. De no ser bajo tales directrices, el estudioso Jorge Legorreta advertía de los enormes problemas socioeconómicos y ambientales que se tendrían. Y los peligros de una inundación de la ciudad, en el año 2000 situada cinco metros abajo del ex lago de Texcoco.
Ahora lo único que se tiene es la construcción del NAICM, con una inversión multimillonaria (70 por ciento extranjera y el resto nacional) y que despierta las más encontradas opiniones, porque su costo pasó en corto tiempo de 180 mil millones de pesos a 300 mil; por la opacidad que reina en la adjudicación de contratos; por la oposición de los pueblos vecinos; porque su conclusión será cuatro años más tarde de lo programado; por su costo de mantenimiento: 2 mil millones de dólares cada año; por el enorme daño a los recursos naturales de la región; por los riesgos de que un sismo deje inservible el proyecto arquitectónico del laureado Norman Foster.
El NAICM en Texcoco y la alternativa de hacerlo en la base militar de Santa Lucía confunde cada vez más a la ciudadanía, debido a los titubeos del presidente electo y sus cercanos colaboradores en el área de comunicaciones y transportes. Y por anunciar para fines de octubre una cuestionada consulta popular sobre un proyecto tan importante y altamente técnico. Con base en los resultados de la misma, se tomaría la decision final sobre el NAICM. Mientras, se agiganta la sospecha de que es otro negocio de quienes ya han hecho muchos en este sexenio y en los anteriores. Destacadamente los favorecidos por el llamado Grupo Atlacomulco.
En su columna del lunes pasado en El Financiero, Jorge Castañeda se pregunta por qué el presidente Peña Nieto nos lanzó a una aventura demencial
como el NAICM en Texcoco, de ser cierto lo que afirman sus opositores, encabezados por López Obrador. La respuesta que Castañeda encuentra, y sostiene ser la única sensata sobre el NAICM que ahora se construye, se la escuchó a un amigo especialista en asuntos aeroportuarios: para robar
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¿Más robos? ¿No son suficientes los cometidos con el Socavón, los segundos pisos y otras vías rápidas
de paga concesionadas en el estado de México a empresas españolas?, ¿los de la estafa maestra y en Pemex vía la brasileña Odebrecht?, ¿los cometidos por los Duarte, Borge y otros gobernadores?
¡Ya basta!