casi tres semanas de celebradas las elecciones federales y cuando faltan poco más de cuatro meses para el cambio de gobierno, el proceso sucesorio entre la administración saliente y la entrante discurre por muchos canales, algunos de los cuales parecen avanzar viento en popa, mientras que otros son motivo de fricción y potencial fuente de conflictos.
En el primer grupo de asuntos debe resaltarse la coordinación establecida para encarar las reuniones pendientes en la renegociación del Tratado de Libre Comercio suscrito por nuestro país con Estados Unidos y Canadá, tema en el que el actual canciller, Luis Videgaray, dio a conocer la integración del equipo del virtual presidente a los trabajos respectivos. Resulta asimismo encomiable el gesto de la Comisión Nacional de Hidrocarburos para aplazar dos licitaciones de contratos petroleros y una subasta hasta que se encuentre en funciones el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Estas medidas auguran un buen entendimiento y un manejo fluido de los asuntos públicos en estos cuatro meses que de manera inevitable conllevan un grado de incertidumbre.
En sentido contrario, se presentan acciones que podrían generar desencuentros entre la actual administración y la que habrá de sucederla. Ejemplo de ellas es la concesión de un incremento en las percepciones de la alta burocracia federal autorizada a mediados de junio y dada a conocer al público apenas hace dos días. Además de resultar difícilmente justificable, habida cuenta de lo abultados que ya eran los salarios de estos funcionarios, la medida contraviene la instrucción girada por el propio presidente Peña Nieto para que las dependencias federales no dejen una carga financiera extra a sus sucesores.
Igualmente nociva parece la gestión de una línea de crédito por hasta 10 mil millones de dólares, realizada por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público ante la Comisión de Valores de Estados Unidos. Queda claro que, si llegara a concretarse, este trámite significaría un golpe severo al bienestar de las próximas generaciones de mexicanos, máxime si se considera que se presenta como colofón de un repunte de la deuda pública que ha crecido en forma desproporcionada durante los anteriores tres sexenios.
Estas señales contradictorias obligan a pensar que, si es posible establecer acuerdos y líneas de comunicación en un área tan complicada como el comercio exterior, donde para colmo se tiene en el presidente estadunidense Donald Trump a una contraparte agresiva y volátil, con mucha mayor facilidad debería serlo en todos los ámbitos y, ante todo, en aquellos que dependen primordialmente de la voluntad política de los actores involucrados. Ciertamente, no sería pertinente considerar el periodo de la transición como una suerte de cogobierno entre quien resultó electo el primero de julio de 2012 y el que ganó los comicios en la misma fecha de 2018; pero es deseable para la salud de la vida republicana que exista armonía y coordinación entre uno y otro en los meses que restan para el inicio del próximo gobierno.