onforme se agudiza en Nicaragua la cruenta confrontación entre el presidente Daniel Ortega Saavedra y amplios sectores de la oposición, se reducen las posibilidades de resolver el conflicto, debido a la desmedida violencia que ahonda el abismo entre los bandos y provoca que se ramifiquen las razones del descontento.
El país centroamericano llega hoy a un aniversario más de la insurrección sandinista de 1979 que depuso a la dictadura dinástica de los Somoza y llevó al poder a un grupo de jóvenes rebeldes, entre los que se encontraba Daniel Ortega Saavedra, quien ocupó el cargo de presidente del gobierno revolucionario. A casi cuatro décadas de aquella gesta, la historia parecería haber dado una vuelta completa: hoy Ortega recuerda al dictador acosado por una rebelión que nunca entendió y las manifestaciones, que han devenido revueltas, evocan la lucha de los jóvenes nicaragüenses de hace 40 años.
Desde luego, sería improcedente llevar la comparación demasiado lejos porque la circunstancia de la patria de Sandino, de Centroamérica y del mundo en general, es radicalmente distinta a la de entonces. Lo cierto es que el aniversario que se cumple este 19 de julio encuentra a Nicaragua sumida en un nuevo ciclo de inestabilidad y descontento social, con un régimen que no encuentra más instrumentos de gobierno que la represión y enfrentado a grupos sociales que proclaman su hartazgo en las calles.
En esta situación, la participación de la comunidad internacional en la búsqueda de salidas es tan crucial como riesgosa. Los nicaragüenses requieren, ciertamente, de acompañamientos en la construcción de la paz y la estabilización del país, de esfuerzos diplomáticos respetuosos y de solidaridades sociales genuinas. En cambio, las injerencias políticas de instancias externas, como el gobierno de Estados Unidos y de la Organización de los Estados Americanos no buscan más que la imposición en Nicaragua de un gobierno sumiso a Washington, un empeño que tiene más de siglo y medio de antecedentes en el país centroamericano.
Cabe esperar, pues, que los nicaragüeses sean capaces de encontrar fórmulas de reconciliación o de transición pacífica y que los gobiernos del hemisferio sean capaces de asistirlos, sin actitudes intervencionistas, y se logre aislar los dictados neocoloniales y los intentos por aprovechar la dolorosa situación para allanar la soberanía de Nicaragua.