as catástrofes provocadas este mes por diversos fenómenos naturales han golpeado a extensas regiones del país y han dejado muertos y heridos, así como una cuantiosa destrucción material y económica, en un mapa tan vasto que va desde el estado de México e Hidalgo hasta Chiapas y Tabasco, y desde Veracruz hasta Guerrero, pasando al menos por Ciudad de México, Oaxaca, Morelos y Puebla. Además de la pérdida parcial o total de la vivienda que han sufrido centenares de miles de personas en esas entidades, los meteoros y los sismos han arruinado cosechas y destruido sitios de trabajo, edificios públicos y religiosos, lo que multiplica las pérdidas patrimoniales y coloca en un horizonte de total incertidumbre a un numeroso sector de la población.
Ciertamente, tanto el sismo del 7 de septiembre como el ocurrido antier, en trágica coincidencia con la fecha en que se conmemora el terremoto de 1985, han suscitado una conmovedora respuesta de solidaridad social que ha llevado a incontables ciudadanos de buena voluntad a organizarse de manera espontánea en brigadas para ayudar en las tareas de rescate, a organizar caravanas para transportar comida y medicamentos a los sitios afectados, a acudir a los centros de acopio para llevar toda suerte de vituallas y a consagrarse horas, días y semanas a la clasificación, embalaje y transporte de la ayuda recabada. Organizaciones no gubernamentales, institutos políticos, instituciones públicas y empresas privadas han confluido en un formidable esfuerzo colectivo que pasa por el salvamento de vidas, la atención de los heridos, la recuperación de los cuerpos de los fallecidos y el alivio a los damnificados.
Debe señalarse, sin embargo, que el peso mediático, político, económico, demográfico y cultural de la ciudad capital, así como el poderoso simbolismo de la fecha del sismo de hace dos días ha inducido una concentración de los reflectores y de las iniciativas de ayuda, en momentos en los que ni siquiera ha concluido la evaluación de los daños en Chiapas y en Oaxaca. En esas dos entidades, así como en Morelos, Puebla y regiones rurales del estado de México y de Guerrero, la dispersión de las poblaciones y las deficiencias en caminos y comunicaciones hacen imposible una respuesta solidaria tan dinámica como la que tiene lugar en Ciudad de México. Sin embargo, si se considera la extensión y el tamaño demográfico de muchas poblaciones de esos estados que han tenido daños graves, la afectación para ellas resulta, proporcionalmente, mucho mayor que la sufrida por los capitalinos.
En el momento presente resulta crucial y obligado, pues, no perder de vista al país y considerar como un todo los requerimientos de asistencia médica, alimentación, vestido y enseres de limpieza. Otro tanto puede decirse de las tareas de reconstrucción habitacional, comercial, institucional, urbana y económica que México tiene por delante: el dinamismo de Ciudad de México puede permitir una pronta recuperación, pero si no se pone una atención especial y sostenida a las localidades medianas y pequeñas igualmente golpeadas por los efectos de los fenómenos naturales, la superación de los desastres podrían tardar allí años, lustros y quizá hasta décadas.