abido es hoy que Aristóteles vivió equivocado. Mientras redondeaba su idea de que los seres humanos nacen unos para mandar y otros para obedecer, su discípulo Alejandro convertía a los que mandaban, después de derrotarlos, en vasallos si no es que en esclavos. Nunca consideró Aristóteles para sus teorías parmenídeas de la sociedad que en otra era, antes de que apareciera el Estado, no existían ejércitos ni con qué sostenerlos mientras se enfrentaban a otros en el afán de ampliar los dominios de una casa reinante y su monarca.
El Estado es un fenómeno que tiene apenas unos cinco mil años en la historia de la humanidad. Una historia de alrededor de 200 mil años ya con individuos clasificados como Homo sapiens. Su transformación de tribus donde hay guías y una asamblea espontánea que toma las decisiones básicas en asentamientos humanos que han domesticado animales y desarrollado la agricultura, ciertas artes y oficios y, por supuesto, excedentes materiales constituidos en objeto de apropiación hereditaria y una riqueza acumulada por un grupo minoritario cuya tendencia a ser incrementada requirió de la formación de ejércitos cada vez más profesionales, tomó miles de años.
El cambio más acelerado y sorprendente que he encontrado es el de los aztecas. Después de ser una tribu entre nómada y seminómada se convierten, tras diversas acciones militares exitosas, en un imperio que sólo será derrotado por el ejército de otro imperio –el español– y con las mismas consecuencias: los que mandaban ahora tenían que obedecer. Entre su asentamiento como tribu en el valle central de México y su derrota a manos de Cortés sólo transcurrieron poco menos de dos siglos.
El Estado es un fenómeno que algún autor (Phillip Abrams) ha declarado difícil de estudiar. Con el tiempo, la aparición de minuciosas especializaciones, grupos legales e ilegales explorando insólitas formas de explotación, tecnologías cada vez más sofisticadas, complejos modos de intercambio y de vida, el Estado se torna en una entidad de aparente abstracción inabarcable.
Los jóvenes, cuando no saben, intuyen lo real de las cosas. En 1921 tuvo lugar en la Ciudad de México el Primer Congreso Internacional de Estudiantes, un evento injustamente olvidado, como lo señala Fabio Moraga. En una de sus conclusiones se convoca a luchar por la abolición del actual concepto del Poder Público, que suponiendo al Estado una entidad moral, soberana, diversa de los hombres que lo constituyen, se traduce en un concepto subjetivo de dominación de los menos sobre los más
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Es ese el Estado de la burguesía, que con frecuencia se confunde con el gobierno o con el territorio poblado y enarcado por ciertas normas y un poder supuestamente sancionado por éstas. No. El Estado es el conjunto de organizaciones –una de ellas el gobierno– que responden a la mayor fuerza económica y política de una sociedad o conjunto de sociedades. Siempre ha propendido, como summus finis, en favorecer los intereses privados del grupo que posee esa fuerza: no los de la polis ni los de la mayoría ni los del soberano colectivo –se presuponía que el pueblo– ni los del alto interés público o de la nación. Y sí, luego de satisfacer los intereses privados de ese grupo, se deja que el remanente adquiera carácter público para fines de legitimación.
En el momento que vive México, eso se puede probar en unas pocas líneas. ¿Las reformas estructurales encabezadas por Peña Nieto favorecieron al interés público y significaron alguna posible mengua del interés privado? Planas enteras se habrían llenado con desplegados del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios para abajo, de la Iglesia católica, de numerosas escuelas y universidades privadas en contra de las reformas; los grandes medios nacionales y extranjeros se habrían volcado contra el gobierno mexicano y la alta clase media habría salido a protestar estruendosamente a las calles. Y México sería visto, desde las almenas del capital, como otra Venezuela. Recuérdese las respuestas similares a las medidas del cardenismo. Si las han aplaudido es porque en las reformas de ahora ven palmarios beneficios para su Estado.
¿Cuándo el Estado privado acepta ampliarse hacia lo público, dar el grupo que lo constituye a los de menores ingresos algo de su poder y de su riqueza? Cuando los ven peligrar ante el pueblo que reivindica con fuerza aquello de lo que ha sido despojado. No siendo así, a privatizar lo que quede de lo público. Un último ejemplo en este sentido.
Jaime Rodríguez Calderón llega al gobierno de Nuevo León sin un plan de gobierno. Más de medio año después de asumir la gubernatura, le es entregado por el Consejo Nuevo León, una extensión de Femsa (Cerveza-Oxxo-Coca-cola) autopromocionada como un organismo transexenal. Recientemente le entregó las maquetas de la remodelación urbana de varias zonas de la ciudad y ya tiene preparado el proyecto de un corredor de movilidad automotriz (sustentable
) sobre el río Santa Catarina. Nunca antes un organismo empresarial había tenido injerencia tan directa en un gobierno. ¿Ante alguna modesta demanda de la ciudadanía, como pedir que se devuelva la música clásica a la frecuencia de 102.1 a la banda de FM, el Consejo Nuevo León ha dicho esta boca es mía y, en sintonía, algún otro organismo empresarial se ha pronunciado?
Bien se puede decir que Rodríguez Calderón es el gobernador menos independiente del país y que en Nuevo León el Estado es más privado que en cualquiera otra parte.