atos que ameritan un cuidadoso análisis y a la vez esbozan una inquietante perspectiva para el futuro de la economía mexicana están contenidos en el más reciente informe elaborado por el Centro de Investigación en Economía y Negocios (CIEN), organismo dedicado, entre otras cosas, a identificar movimientos y tendencias del desarrollo y las finanzas del país.
A comienzos de este año, el moderado incremento del producto interno bruto (PIB) nacional –que fue de 2.7 por ciento a tasa anual– permitía alentar expectativas de mejora en el desarrollo económico del país, con el consecuente impulso que ello supondría, en primera instancia, para la actividad comercial y, en segunda, para los consumidores de bienes y servicios. Sin embargo, por esos entresijos que tiene la economía, el crecimiento no halló correspondencia directa en el terreno del comercio, caracterizado en ese periodo más por la cautela que por el dinamismo, aun cuando había mostrado algunos asomos de evolución.
A escala internacional, la irrupción de Donald Trump y su equipo en el proceso de intercambio de mercancías, su amago de fijar barreras arancelarias a la importación-exportación, la probabilidad de que esta práctica se haga extensiva a gran número de naciones, la poca disposición de los inversionistas a aportar recursos y la aversión al riesgo, configuraban un panorama que con muy buena voluntad los observadores calificaban de incierto. En el plano nacional, la amenaza de inflación y sus vaivenes está siendo decisiva para ralentizar el movimiento comercial: el hecho de que la misma haya alcanzado, en estos días, el nivel más alto de los anteriores ocho años, trae aparejada la pérdida de poder adquisitivo de los salarios, que de por sí, y en términos comparativos con otros países de desarrollo similar al de México, están seriamente abaratados.
Señala el documento del CIEN algunos de los hechos que contribuyen a la tendencia inflacionaria, entre los cuales se cuentan varios factores macro, como el persistente bajo precio del crudo y sus disminuidos volúmenes de extracción, la merma de la actividad minera (sumergida a un grado del cual no hay precedente histórico) y el impreciso destino del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Pero hay, asimismo, otros detonantes del fenómeno, como la liberación al alza de los precios controlados de las gasolinas y el gas LP, y el ajuste de precios derivados de la depreciación cambiaria, lo que permite avizorar un aumento en los costos del crédito y el consiguiente estímulo al ciclo inflacionario.
El gasolinazo por sí solo, más allá de sus objetivos teóricos, es un constituyente básico de la inflación: más allá del traslado proporcional del alza a los precios de los productos transportables (es decir la mayor parte de las mercancías), se produce un incremento extensivo que no tiene proporción directa más que con la genérica fórmula que dictamina hay que subir los precios, porque con el incremento del combustible todo aumenta
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El estudio comentado no aventura cifras para el crecimiento económico ni para la inflación en lo que queda de 2017, pero prevé que el moroso ritmo de la actividad comercial en ese lapso se mantendrá sin grandes cambios. Como salida alternativa sugiere, en cambio, que se intensifique el apoyo a la industria con la finalidad de que ésta compense el decaimiento del sector comercio.
Sea cual fuere la actitud que asuman las autoridades de Hacienda sobre este particular, lo más probable es que los cálculos sobre crecimiento del PIB e inflación que realizaron a comienzos del año no cumplan con sus expectativas; esto es, que el primero sea menor y la segunda mayor a lo previsto.