n su segundo congreso (Vistalegre II), el partido español Podemos saldó las diferencias en su seno con una holgada victoria para su secretario general, Pablo Iglesias, y una inocultable derrota de quien ha sido hasta ahora el secretario político, portavoz del grupo parlamentario y número 2
del partido, Íñigo Errejón. Las bases se decantaron por las propuestas programáticas del primero y por sus candidatos al Consejo Ciudadanos, y lo ratificaron en forma abrumadora en la secretaría general.
Tanto la planilla de Iglesias (Podemos para Todas) como la de Errejón (Recuperar la Ilusión) y la minoritaria Podemos en Movimiento (de los anticapitalistas) enfatizaron, tras los resultados de las votaciones, la determinación de mantener unido al partido y de trabajar en forma cohesionada. Sin embargo, en su segundo congreso, Podemos no pudo ocultar una fractura que tiene que ver con estrategias, pero también con la disputa personal por el mando.
Ciertamente, las propuestas de los dos principales dirigentes contrastan entre el radicalismo de Iglesias, quien preconiza la importancia de las movilizaciones y de las luchas sociales e insiste en mantener una alianza con otras fuerzas de izquierda, como Izquierda Unida (IU) y el Partido Comunista Español (PC), y la institucionalidad de Errejón, quien proponía priorizar el trabajo parlamentario y la participación de Podemos en acuerdos políticos con las tres fuerzas que tiene enfrente: el derechista Partido Popular (PP), del presidente Mariano Rajoy; el socialdemócrata Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y la centroderecha, representada por Ciudadanos.
Sin embargo, tras esas posiciones enfrentadas resulta inocultable una lucha por posiciones de poder entre dos alas que podrían derivar hacia lo irreconciliable, a pesar de los propósitos de unidad expresados por todas las partes en Vistalegre II.
Además de la tarea de preservar la cohesión del partido –algo que difícilmente podría lograrse si los resultados del segundo congreso dan lugar a una marginación general de los errejonistas en los organismos de mando del partido–, Iglesias tiene ahora ante sí el desafío de lograr el respaldo del electorado a posturas radicales. Está por verse si un sector mayoritario de la ciudadanía española, que hasta ahora se ha negado a jubilar a los dos desgastados partidos que han dominado todo el periodo de la transición (el PP y el PSOE), se decide a apostar por un proyecto político que pregona una reforma profunda del Estado.