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Testimonios al pisar suelo mexicano

El primer día en libertad
 
Periódico La Jornada
Miércoles 8 de febrero de 2017, p. 3

Pisar ayer suelo mexicano era para todos el primer día en libertad después de meses y hasta años en prisiones de Estados Unidos. Llegaron en un vuelo más como deportados a la Ciudad de México. Pero eso no era lo más importante. O haber pasado largas horas esposados o sido objeto de vejaciones e insultos. Cómo están sus familias allá, y qué harán ahora ellos aquí, era su conflicto.

Con sueños y vidas truncadas, el grupo fue recibido por el presidente Enrique Peña Nieto. Y lo escucharon antes de tomar la salida y, por fin, llegar a sus lugares de origen con aquellos que dejaron aquí cuando se lanzaron a la aventura del gabacho. Se veían cansadísimos. Habían esperado su deportación entre diferentes estancias (cárceles) migratorias, casi siempre lejos de donde fueron detenidos.

Rodeados inesperadamente por la prensa, no articulaban a contar de inmediato su historia. Pero luego hablaban de un hilo. Algunos contaban su encuentro con Peña a partir de su historia, expectativas, frustración.

‘‘Aquí no hay trabajo, por eso me fui’’. ‘‘Espero que cumpla el Presidente lo que nos ofreció’’. ‘‘No le puse atención al Presidente. La verdad yo no le creo todo lo que dice’’, respondían.

En el comunicado distribuido por la Presidencia sobre el encuentro entre el mandatario y los deportados, se consignan los testimonios de Samuel Morales, Aarón Silva y Pedro Santos.

El primero agradeció el apoyo del programa Somos Mexicanos y aseguró a Peña Nieto: ‘‘Vamos a construir este país más grande y vamos a poder unificarnos con nuestras familias… si nos apoya, nosotros vamos a apoyar al país’’.

Silva dijo haber recibido allá ‘‘trato de criminal’’ y todo por intentar tramitar una licencia de conducir. Santos agradeció el recibimiento del mandatario y aseguró que ya no quiere irse ‘‘para el otro lado; es una experiencia muy fea que se vive allá’’.

Por su parte, y ya fuera de la terminal, Pedro Vázquez, de 38 años, contó a la prensa que fue arrestado el 12 de diciembre en Atlanta, Georgia. Lo detuvieron por manejar sin licencia ni seguro. Pasó más de un mes en una cárcel de Irwin y después lo trasladaron a El Paso.

Con 20 años fuera de México, originario de Pachuca, dijo no saber qué hará ahora. En ese momento sólo pensaba en salir del aeropuerto. En Denver dejó a su esposa y le prometió regresar. Para eso verá cómo reunir los 5 mil dólares que, calcula, le costaría entrar de nuevo a Estados Unidos. ‘‘Tengo que ir por ella, ni modo que la deje allá’’.

Su plan sería quedarse sólo dos años más en Estados Unidos y después regresar definitivamente a México, ‘‘porque allá eso no es vida. Allá es trabajar todo el tiempo. Si no trabajas, no pagas renta ni teléfono, aseguranza, ni cuentas… pero a pesar de eso, siempre vives mejor que aquí’’.

Ramón Barajas, de Tamazula, Jalisco, vivía en Colorado con su esposa y cuatro hijos. Fue detenido –contó– al momento de tramitar su licencia de conducir. Es la segunda vez que lo deportan.

Estuvo 18 años en Estados Unidos. No intentará regresar por ahora. Dijo tener sentimientos encontrados: triste por su esposa e hijos, pero feliz de regresar a su país y ver de nuevo a su familia. No omite contar cómo, al ser trasladado a Texas, las autoridades de allá lo trataron ‘‘como a un criminal’’. Lo esposaron de pies y manos. ‘‘Por eso prefiero estar aquí libre que preso allá’’.

Como todos, dijo haberse ido de México ‘‘por la escasez de trabajo y por los bajos sueldos: lo que ganas aquí comparado con lo que ganas en dólares es mucha diferencia”.

Al AICM asistieron a recibirlos muy pocos familiares. Estaban también algunas ONG y trabajadores del Programa Seguro de Desempleo de la Secretaría del Trabajo de la Ciudad de México. Están ahí siempre, a la llegada de cada vuelo para ofrecer ayuda aunque no pocas veces los paisanos, con su tristeza, frustración y dolor a cuestas los dejen con un palmo de narices.

Para quienes van a provincia se dispone de camiones que los llevan a las centrales de autobuses del Norte o a la Tapo. Otros, los que traen dinero, ahí mismo compran un boleto de avión para llegar más rápido a sus lugares de origen.

No pocos, empero, adquieren de inmediato un nuevo boleto para intentar una más, las veces que sean, la procesión... hacia el gabacho.

(Con información de Jessica Xantomila)