na de las personas más influyentes en el gabinete de Trump es el economista Peter Navarro, hoy director del recién creado Consejo Nacional de Comercio. Es autor del libro intitulado Muerte por China, en el que acusa al gigante asiático de ser el factor determinante en la desindustrialización de Estados Unidos y, además, de manipular constantemente el tipo de cambio para promover sus exportaciones.
Pero el blanco del primer ataque de Navarro no ha sido Pekín, sino Alemania. Ya en su nuevo puesto, el economista señaló en una entrevista que el marco alemán implícito está fuertemente subvaluado
. Según él, Alemania se ha visto beneficiada de manera injustificada por la subvaluación del euro. En 2015 el euro perdió más de 12 por ciento de su valor frente al dólar. Por su parte, el valor de la divisa estadunidense (comparado con una canasta de divisas) se incrementó 25 por ciento, lo que encareció las exportaciones estadunidenses y abarató las de sus competidores como Alemania.
Alemania tiene hoy el superávit en cuenta corriente más grande del mundo, superior a 9 por ciento de su PIB. Su excedente se mantiene desde 2011 y con eso basta para hacerse acreedora a las multas estipuladas en las reglas sobre estabilidad macroeconómica de la eurozona. Pero el órgano encargado de aplicar esas sanciones, la Comisión Europea, sólo ha sido capaz de amonestar a Berlín cada año.
El superávit alemán es uno de los desequilibrios más importantes en la economía global. Pero son varios factores los que explican este descomunal superávit: desde una deprimida norma salarial que incrementó la competitividad de las empresas del sector exportador, hasta la mezcla de productos de alta tecnología que constituyen la parte más importante de las exportaciones alemanas y para las cuales la subvaluación del euro no es un factor determinante.
Hay que reconocer que la combinación de políticas macroeconómicas a nivel de la eurozona y al interior de Alemania también explican el abultado superávit alemán. Por una parte, es bien sabido que Berlín impuso una regla de austeridad fiscal en la eurozona, lo que ha contribuido de manera decisiva a profundizar la crisis en Europa. Por otra, al mantener una política de presupuesto balanceado las autoridades en Berlín han impedido absorber el superávit del sector privado a través de un déficit del sector público. Esta combinación ha contribuido fuertemente al monumental excedente en la cuenta corriente de Alemania.
Aun así, no es evidente que Berlín pueda ser catalogado como país manipulador de la paridad cambiaria. La ley estadunidense fija cuatro condiciones para colocar a un país en esa categoría. Primero, debe tratarse de un socio comercial mayor de Estados Unidos (con un volumen comercial superior a 55 mil millones de dólares, mmdd). Segundo, ese país debe mantener un superávit comercial frente a Estados Unidos superior a los 20 mmdd. Tercero, debe tratarse de un país con un saldo positivo en la cuenta corriente superior a 3 por ciento del PIB. Cuarto requisito: dicho país debe intervenir de manera persistente y unilateral en los mercados de divisas para mantener la subvaluación.
Alemania cumple los primeros tres requisitos, pero no el cuarto. Por eso, en su respuesta a las declaraciones de Navarro, Ángela Merkel afirma sin pestañear que Berlín no influye en las decisiones del Banco Central Europeo (BCE).
Es cierto que la debilidad del euro ha sido impulsada por la política expansionista que ha seguido el BCE para reactivar la economía de la eurozona. No hay que olvidar que ese instituto también ha mantenido en cero su tasa de interés y ha aplicado su propia versión de la flexibilización cuantitativa (QE por sus siglas en inglés). En enero 2015 el BCE inició su programa de compras de títulos de los sectores público y privado que hoy se mantiene en 60 mil millones de euros (mmde) mensuales. Sin embargo, a la fecha los precios siguen en estado letárgico, con una tasa de inflación prevista para 2017 de sólo 1.3 por ciento. Es decir, el riesgo de deflación se mantiene latente y la recuperación sigue siendo peor que mediocre, con proyecciones de crecimiento de 1.7 por ciento para la eurozona en su conjunto. Pero los débiles resultados de la política monetaria no convencional del BCE no es lo que importa a Peter Navarro. Sólo le preocupa el tema del impacto sobre el tipo de cambio.
Al igual que la versión aplicada por la Reserva Federal, la postura del BCE apoya la especulación, fomenta la creación de burbujas y aumenta la desigualdad. Por eso esa política debe ser remplazada por una que incida sobre el nivel de actividad de la economía real y no sólo del sector financiero. Y ese cambio debe venir acompañado de una nueva visión para la política fiscal que hoy sigue secuestrada por los fanáticos de la austeridad. Sin duda, todo eso requiere redibujar el paisaje político en la eurozona para hacerlo más racional, algo que no se ve fácil y que además no interesa al nuevo ocupante de la Casa Blanca.
Twitter: @anadaloficial