n medio de la presión que llega del renovado norte amenazador, el grupo dirigente político del país se empeña en montar trampas y nulificar la ya de por sí enclenque democracia. El priísmo se aferra, con todas las mañas de su nutrido repertorio y compacto elenco, a prevalecer en el candelero decisorio. Saben muy bien que sus posibilidades de ganar de nueva cuenta la gubernatura en el estado de México son pocas, por no decir francamente mínimas. Sin embargo, se aprestan, a cielo abierto y sin rubor, a utilizar todos los instrumentos asequibles a su elástica y precaria conducta ética. En especial pasan lista a los subterfugios de ley que bien conocen por pasadas prácticas para hacer ganar a sus candidatos. Las ilegalidades, que también han sido profusamente usadas en el pasado, volverán a ocupar lugar preponderante en sus tácticas electivas. Aun así no las tienen todas consigo, a pesar de saber que las penas, si las aplican, serán reducidas a su mínima expresión.
Defectuosas administraciones estatales, extendida corrupción de sus liderazgos, gestiones no sólo cuestionadas, sino francamente delincuenciales, onerosos dispendios a la vista de cualquier curioso, un enorme abanico de complicidades en las obras públicas y los numerosos disfraces, retóricos y propagandísticos para ocultar sus problemas cotidianos pesarán, con solidez poco envidiable, para contrarrestar sus abundantes promesas de campaña.
En este turbio entorno de posibilidades en pos del éxito electoral, los priístas no dejan resquicio al azar. Renuevan, como parte central, sus fructíferas y oscuras alianzas con un PAN atormentado por sus alebrestados demonios de protagonismo. Sus guías partidarios fijan la mirada en el avanzado rival para 2018 de todas sus preocupaciones. No duermen tranquilos, acogotados por sus desbocadas ambiciones. A los panistas los atraviesan sus necias pendencias grupales, y a los priístas, un temblor ante la aguda sensación de perder su abundante reserva de votos (reales y comprados) en el estado de México. Juntas conspirativas, pretendidamente secretas, que se han vuelto públicas casi por necesidad, han tenido lugar en selectas oficinas de Los Pinos. Allí solidificaron sus mutuas promesas de inconfesable arreglo. Una ciertamente inestable complicidad interpartidaria que identifica en Morena, con angustia y premura, al rival –casi vuelto enemigo– que se les escapa. Han acordado que la candidata elegida por Morena, Delfina Gómez, no pasará: de ello se encargarán tanto el PRI (y aliados) como el PAN y sus envalentonados moralinos. Ambos agrupamientos designaron cupularmente sus adalides con arreglos tras bambalinas. Los priístas, que pasaron por una larga y soterrada contienda interna, finalmente inscriben al esperado Alfredo del Mazo: acabado producto endógeno de esa comarca. Los panistas no terminan de apaciguar sus pasiones internas, nacionales y locales, para coronar a la evasiva y moldeable Josefina Vázquez Mota. Los dos candidatos, juntos o separados, serán rivales a modo para una popular, honesta y hábil mujer de innegable y probada estirpe local (D. G.). Josefina, por su parte, irá jaloneando su oscuro fardo de apropiados fondos multimillonarios, otorgados sin base legal, con nula rendición de cuentas e inexistente trasparencia. Un pasado de pactos inconfesables por su obligado fracaso en 2012 la seguirá de manera incansable en la contienda.
El alegado líder del panismo, que se define –a él y a su partido– con costumbres democráticas y arraigados valores éticos, continuará navegando en las turbulentas aguas de la ilegalidad. Ha citado a sus gobernadores, de manera abierta y por demás cínica, a que aporten recursos de toda especie para apoyar a su candidata. A la inveterada usanza priísta, tales gobernantes echarán mano de sus haciendas para trampear, hasta donde les sea factible, la voluntad ciudadana en el Edomex. Tanto panistas como priístas dan, una vez más, pruebas de su inexistente talante democrático. Siguen al pie de la letra la consigna de que ante la disputa por el poder todo se vale. La ilegalidad no es para ellos obstáculo. Hay hasta cierto regocijo en trampear la equidad exigida. La eficacia final, el triunfo de sus adalides, todo lo condona.
Ante estas conductas y maneras de pensar, el grupo encaramado en el poder se apresta a una negociación estructural con Estados Unidos, donde llevan notorios retrasos, medrosa actitud, poca preparación y claros errores de salida. Solicitan, por todos los medios retóricos disponibles, unidad. Bien saben que con la marcada desigualdad prevaleciente no es posible conseguirla. Una cosa es el enojo colectivo ante las ofensas de Trump y otra muy distinta respaldar, con confianza, disposición y esperanzas compartidas, a los negociadores designados. Hasta ahora, lo adelantado por los tuits, telefonazos y los decretos presidenciales marcan apenas el inicio del proceso de ataque y cambio a lo conocido. El talante francamente imperial, reaccionario y plutocrático de ese gobierno irá apareciendo con las desregulaciones bancarias, (Wall Street) los presupuestos militares y, sobre todo, por la política fiscal planeada: en extremo benéfica para los de mero arriba.