Lo electrizante de 2016 (rock anglo I)
bellísimoFoto archivo
omo se consignó en entregas pasadas, 2016 estuvo marcado por el fallecimiento de entrañables personajes claves, que ayudaron a configurar distintas escenas de la segunda mitad del siglo XX. De forma casi mística, algunos de los mejores álbumes del año estuvieron ligados a la muerte y, como en recientes recuentos, los veteranos dominaron los primeros pedestales. En lo más reciente dominaron los teclados paisajistas con guitarras texturosas, así como las melodías amables salpicadas de arreglos ligeramente progresivos y/o disonantes, en un afán sicodélico menos de los años 60, más actual. Hoy, la primera parte de los mejores discos de rock de 2016, a decir de este espacio.
1. David Bowie. ✭ (Blackstar). Un laberinto de rock pausado, jazz, beats frenéticos, postrimerías, saxofones tristes, cuerdas, enmarca el adiós consciente del ícono inglés que ve a la muerte de frente, pero también la eternidad. Intenso, existencial, es un álbum lleno de preguntas y ansiedad, que mira anhelante a las estrellas.
2. Nick Cave & the Bad Seeds. Skeleton Tree. En plegaria constante llena de dolor tras la muerte de su hijo, el oscuro juglar australiano busca en el amor, los pianos, las atmósferas sintéticas de notas largas, las percusiones ocultas y su afilada palabra, algo de esperanza. Bellísimo.
3. Leonard Cohen. You want it darker. Estoy listo, mi señor
, reza el poeta canadiense, en plena quietud monástica. Con su ajado e irónico estilo, abonó a su acostumbrada descripción de la condición humana, meditando sobre teclas mínimas, cuerdas, coros. Solitario, lejos de la tribulación, es un canto de paz, un canto a la vida.
4. John Cale. M:FANS. El fundador de la Velvet Underground, productor de culto, retoma su Music for a New Society (1982) para transformarlo en algo nuevo. Nebulosas sonoras, teclados de misterio, ruidos de campo, instrumentos magros, declamaciones sombrías, lo refrendan como un artista vital, en vanguardia permanente.
5. Radiohead. A moon shaped pool. Cuando parecía que los de Oxford perdían el rumbo, regresan con un gran álbum de envoltorio apacible, pastoral, minimalista, sin distorsiones, en el fondo desolador, a punta de disonancias, kraut y fugas análogas. Linda y perturbadora pesadilla en forma de arrullo.
6. Thee Oh Sees. Weird exits. Estos prolíficos loquillos de San Francisco hacen explotar en treceavo disco las guitarras, con un sonido único, grabado en directo, capaz de hacer una mixtura de punk con sicodelia progre-sintética, harto divertida. Enorme banda liderada por el demente de John Dwyer.
7. Iggy Pop. Post Pop Depression. El padrino del punk se deja producir por el cantante y guitarrista Josh Homme (Queens of the Stone Age) para lograr un sonido poco habitual, que lo reanima tras venirse repitiendo, homenajeando de sesgo a Bowie en la voz. Distorsiones contenidas, áridas, bases robustas. Polvoso, desértico.
8. Paul Simon. Stranger to stranger. Fino y soleado álbum que hace guiños al magnífico Graceland (1986) sin dejar de mirar hacia adelante: retoma su tradición afro-pop, con electro-arreglos de hoy. Con voz cálida, siempre joven, baila acústico mientras cuestiona a la muerte con gran sonrisa.
9. Fat White Family. Songs for our mothers. De los sonidos más intrigantes del año, el de estos londinenses: una especie de punk lento y lánguido, cual si sus notas, ritmos y ánimos se derritieran. Teclados y guitarras noise aunque suaves, melodías letárgicas, voces fantasmales hablan de violencia doméstica, heroína y diálogos entre Hitler y Goebbels. Fascinante.
Twitter: patipenaloza