Sábado 24 de diciembre de 2016, p. a16
Sin haber partido, su regreso suena a muchas cosas. Del estudio de grabación Sear Sound, ubicado en las calles 57 y Novena de Manhattan, nacieron oleadas de soul, pop, sonidos de medio oriente, baladas de amor, y el rock que causó furor en los años ochenta: The Police.
El nuevo disco de Sting suena, entre otras cosas, a como sonaba su antiguo grupo The Police, y eso es digno de festejarse.
En sincronía con The Rolling Stones y Norah Jones, entre otros artistas que han emprendido el camino de regreso, Sting muestra sus orígenes, pero también su evolución; es por eso que su nuevo disco: 57TH & 9TH, que es la esquina donde se ubica el estudio de grabación, suena mucho a Sincronicyti, pero también a The Soul Cages (1991), a Ten Summoner’s Tales (1993), The Dream of the Blue Turtles (1985, con Brandford Marsalis, Kenny Lirkland, Omar Hakim y el ahora bajista de los Rolling Stones, Darryl Jones), es decir a su esencia.
El track nueve, Inshallah, es el corazón del disco, una hermosa cantinela que remite sin remedio a Desert Rose, y al escuchar la nueva obra maestra, Inshallah, nos conduce a su vez irremediablemente a esa imagen estremecedora del pequeño niño sirio muerto en una playa, que el mar vomitó ahogado en un naufragio del exilio: esto no se lo propuso Sting ni se refiere específicamente a ello en su pieza Inshallah, sino que va mucho más allá, porque mientras nos mecemos en su pequeña cantinela, estamos mecidos por la marea en altamar sobre una lancha atestada de emigrantes, con rumbo a ninguna playa.
Además del tema lacerante de la migración en estos días, el cronista Gordon Sumner pone música en muchas noticias que ocurrieron este año, como la muerte de Prince, como el asesinato del reportero James Foley en Siria: a Prince lo pone Sting encima de un escenario frente a 50 mil personas (así se titula la pieza: 50,000) en un fantástico juego de espejos, donde la realidad se llama soledad (la de Janis Joplin, quien decía que todas las noches hacía el amor con 50 mil personas en el escenario y se iba a dormir sola), como la realidad hotel-aeropuerto, hotel-aeropuerto, hotel-camerino-hotel-camerino del stardome, y después del fotoperiodista. También habla del cambio climático, pero también, como él lo sabe hacer, habla del amor:
If I should close my eyes, that
my soul can see,
And there’s a place at the
table that you saved for me.
So many thousand miles over
land and sea,
I hope to dare, that you hear
my prayer,
And somehow I’ll be there.
Sin nombrarla, como sucede en los Sonetos de amor de Shakespeare, la palabra longing está en las mejores canciones de amor de Sting, dibujada, apenas esbozada. Y su poder evocativo se completa con la complicidad de su alter ego musical que ha encontrado en el guitarrista Dominic Miller desde hace unos buenos álbumes. Otro cómplice en la tríada es el percusionista Vinnie Colaiuta.
Es el momento de decir ahora que la gran calidad del nuevo disco de Sting, de su triunfal regreso, mucho tiene que ver con sus asociación reciente con otro de sus iguales: Peter Gabriel, con quien hizo, por ejemplo, la mejor versión posible de la hermosa pieza In Your Eyes, en la gira, este verano de 2016, titulada Piedra, papel o tijera (Rock, Paper, Scissors Tour). De ahí salió el ímpetu. De ahí nació el géiser.
Tenemos también entre las muchas sorpresas que depara el nuevo disco de Sting 57TH & 9TH, un eclecticismo delicioso que nos lleva, por ejemplo, al sonido Tex-Mex del grupo The Last Bandoleros, que participa también en este disco, o a territorios como el sonido de The Cure en el cuarto track, One Fine Day, o el sonido de Medio Oriente en la ya mencionada Inshallah, término que es una invocación de esperanza, la contribución de Sting, sabedor de que una sola persona no puede cambiar el mundo, a menos de que uno mismo cambie como persona.
La belleza de Inshallah consiste en eso: en el inefable aroma de la belleza que nace de las situaciones imposibles, como una rosa en el desierto. Desert Rose.