a Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA) determinó aplicar una multa a la Federación Mexicana de Futbol (FMF) por los gritos homofóbicos que caracterizaron a buena parte de las porras nacionales durante el partido entre la selección tricolor y la hondureña, disputado el pasado 6 de septiembre en el estadio Azteca. Esta es la cuarta ocasión en que el organismo rector del futbol comercial mundial sanciona a nuestro país por las ofensas corales de su afición en juegos internacionales.
La FIFA castigó por la misma razón al estadio nacional de Chile Julio Martínez Prádanos, ubicado en la capital de ese país, prohibiendo que la selección chilena dispute allí el partido contra la venezolana, previsto para el 28 de marzo del año entrante, en el contexto de la eliminatoria hacia la Copa del Mundo Rusia 2018. En el curso de un juego contra la selección boliviana, los aficionados chilenos no sólo gritaron insistentemente puto
al portero de la selección rival, sino que corearon olé, olé, olá, el que no salta no tiene mar
, en agraviante referencia al hecho de que Chile arrebató su salida al mar a Bolivia en una guerra del siglo antepasado. Otras federaciones –Albania, El Salvador, Honduras, Italia, Perú, Paraguay, Argentina, Canadá y Brasil– también se han hecho acreedoras a diversas sanciones de la FIFA por actos discriminatorios y antideportivos
.
Independientemente de los conocidos vicios de la FIFA (el más grave de ellos es la vasta corrupción que se ha revelado en su interior en distintos escándalos), es claro que con estas sanciones el organismo internacional desempeña una función civilizatoria que debe ser respaldada. En cualquier contexto, las expresiones discriminatorias y chovinistas de cualquier clase –entre las cuales las misóginas, las homofóbicas, las racistas y las xenofóbicas son, por mucho, las más comunes– constituyen agravios inadmisibles en la ética social contemporánea; en el contexto de un partido de futbol, en el que las pasiones deportivas se encuentran exacerbadas, tales injurias pueden dar lugar, además, a confrontaciones violentas y peligrosas para todos los asistentes a los estadios.
En términos generales, es claro que el uso de palabras y frases discriminatorias con propósitos ofensivos no sólo es indicativo de comportamientos fóbicos, excluyentes e intolerantes, incompatibles con las leyes vigentes, en las cuales tales expresiones se encuentran tipificadas como delitos, sino que abona el terreno para agresiones mucho más graves en contra de personas por su género, orientación sexual, nacionalidad, características físicas, religión o posturas políticas.
El fin de la permisividad hacia los actos de discriminación, incluidos los verbales, es uno de los pocos terrenos en que las normas de conducta de las sociedades contemporáneas han experimentado evolución positiva, y la lucha en contra de todas las manifestaciones discriminatorias es un desafío central en el difícil, complicado e irrenunciable tránsito de la barbarie a la civilización.