í, las marchas de los sábados 10 y 24 de septiembre mostraron una cara intolerante y dogmática (fanática incluso) de la sociedad mexicana: no pretendían la expresión de las ideas de los marchantes, sino la limitación de derechos, la exclusión, la segregación. Sí, respaldo el matrimonio igualitario, la adopción y todo aquello a lo que los marchistas se oponen. Sí, las apelaciones a la familia natural
sólo naturales
. Una vez más tuvimos que mostrar el carácter histórico de los derechos individuales revelan la ignorancia y los prejuicios de los marchistas. Coincido con Pedro Miguel.
Sentado lo anterior, quiero llevar la discusión hacia otros rumbos. No pocos de los críticos de la marcha en redes sociales apelaron a los derechos colectivos. La noción precisa según la cual los derechos no son inherentes, sino que se transforman y se conquistan. Es curioso que muchos partidarios del matrimonio igualitario opusieran los derechos naturales
a la familia natural
.
La guerra de opiniones, comentarios, certezas absolutas de uno y otro lado, en que unos y otros se enzarzaron, coincide con mi lectura del más reciente libro de Slavoj Zizek, La nueva lucha de clases, Anagrama, 2016. Para librar una guerra cultural hacen falta dos bandos, y frente a los marchistas, vemos a los liberales ilustrados cuya política se centra en la lucha contra el sexismo, el racismo y el fundamentalismo, y en favor de la tolerancia multicultural
(con notables excepciones, añado: por ejemplo, no toleran la cultura taurina, frente a la cual algunos liberales son más fundamentalistas que los marchistas sobre las familias contranatura
).
Y al tiempo en que los liberales profesan su solidaridad con los pobres, codifican una guerra cultural con el mensaje de clase opuesto
: su lucha por la tolerancia multicultural y de género suele denunciar o rechazar la supuesta intolerancia, fundamentalismo y sexismo patriarcal
de las clases bajas
(y los inmigrantes, musulmanes, indígenas, taurófilos). De esa manera, los liberales (neoliberales) construyen una oposición abstracta entre modernizadores
(que apoyan el capitalismo global en todos sus aspectos, del económico al cultural) y tradicionalistas
(en que engloban a todos cuantos se oponen a la globalización, al neoliberalismo o a sus categorías culturales, desde los conservadores tradicionales y la derecha populista, hasta la vieja izquierda
y el fundamentalismo religioso).
Por ejemplo, la lucha feminista se puede articular en una cadena con la lucha progresista por la emancipación, o puede funcionar (y de hecho funciona) como una herramienta ideológica de las clases medias altas para afirmar su superioridad sobre las clases bajas patriarcales e intolerantes.
Zizek sostiene que en realidad, la guerra cultural es una guerra de clases desplazada. Que no nos vengan más con el cuento de que vivimos en una sociedad posclasista
. ¿Cómo logra el discurso liberal suprimir la lucha de clases, por qué centra su lucha en lo cultural? En principio, para garantizar un espacio púbico de entendimiento, basado en la tolerancia. En la práctica, para vaciar de contenido la discusión política y privatizar lo público. Cuando la discusión política se desplaza al ámbito cultural (los derechos de los homosexuales, los fumadores de mariguana, las minorías étnicas, los toros de lidia), despolitizando los “temas realmente importantes como la economía, la marginación, la violencia o las injusticias estructurales”, los liberales han triunfado: sin que nos diéramos cuenta, impusieron el consenso sobre la racionalidad del modelo político y económico, que ya no se discute.
Eso no significa que los temas culturales no son importantes. Para Zizek, la conquista de los derechos de las minorías y los derechos culturales son el gran logro del liberalismo y hay que defenderlos. Debemos combatir a quienes afirman (por ejemplo) que la exportación inmediata del feminismo y los derechos humanos puede servir de herramienta al neocolonialismo
(que van desde Isis y Boko Haram hasta Vladimir Putin y cierta izquierda
que se acerca al fascismo). Contra ellos debemos negarnos tajantemente
a concluir que la izquierda debería llevar a cabo una renuncia estratégica y tolerar en silencio la costumbre de humillar a las mujeres y los gays en aras de una lucha antimperialista superior
.
Los callejones sin salida del capitalismo conducen a las crisis de refugiados y al terrorismo que atizan el fuego de la guerra cultural. Frente a ello hay que recordar que el capitalismo actual no es el fin de la historia
, como querrían los teorizantes que agitan populismos y mesías como espantajos. Quizá la solidaridad global sea una utopía, pero si no luchamos por ella, entonces estamos realmente perdidos y merecemos estar perdidos.
Pd: Y debates vitales. Cuando los periodistas no pueden hacer cabalmente su trabajo, informarnos del horror, tocarnos, llegar al corazón, los artistas lo hacen. Los invito al teatro. Al teatro de la guerra que vivimos
Twitter: @HistoriaPedro