nte la continuación de los bombardeos gubernamentales en la ciudad siria de de Alepo, controlada por grupos rebeldes que pretenden derrocar al presidente Bashar al Assad, Washington anunció ayer la ruptura unilateral de las conversaciones directas con el gobierno ruso en torno a un alto el fuego en el ensangrentado país árabe. El portavoz del Departamento de Estado, John Kirby, dijo que Rusia no estuvo a la altura de sus compromisos ni mostró disposición para garantizar que el régimen sirio se adhiriera a las disposiciones que Moscú había acordado
. En una respuesta casi inmediata, el Ministerio de Relaciones Exteriores ruso acusó a Estados Unidos de intentar culpar a otros por sus propios fracasos y de no haber cumplido su parte en los acuerdos.
Cabe recordar que el pasado 10 de septiembre –hace menos de un mes– los jefes de las diplomacias estadunidense y rusa, John Kerry y Serguei Lavrov, habían firmado en Ginebra una serie de acuerdos para un cese temporal de las hostilidades entre sus respectivos aliados en el territorio sirio y para enfocar sus bombardeos contra posiciones del Estado Islámico (EI), el único enemigo común de ambas potencias en el país árabe.
Pero, de acuerdo con la información disponible, ninguna de las partes puso empeño en el cumplimiento de tales compromisos. Moscú y el gobierno sirio prosiguieron sus ataques aéreos en contra de los rebeldes en Alepo, sin distinguir entre objetivos civiles y militares, en tanto Washington no es capaz ni siquiera de distinguir en forma clara a sus aliados de sus adversarios; en efecto, el denominado Frente de la Conquista, que agrupa a varios grupos armados opositores al régimen de Damasco, y que recibe el respaldo de la Casa Blanca, incluye en varios frentes de guerra a combatientes de Al Nusra, rama local siria de Al Qaeda.
Lo cierto, en todo caso, es que las potencias que intervienen en el conflicto exhiben mucha mayor disposición para continuar con las hostilidades que para trabajar en forma seria y sostenida en una solución a la guerra. Por lo demás, no son únicamente Washington y Moscú los que juegan al ajedrez con la vida y el sufrimiento de la población. En el conflicto intervienen también en diversos grados la vecina Turquía, Arabia Saudita, Francia, Gran Bretaña y Alemania, además de incontables organizaciones armadas procedentes de Líbano, Yemen, Irak e Irán, entre otros países.
Ante la falta de interés de los actores foráneos por detener el derramamiento de sangre y la destrucción material en el infortunado país árabe, cabría cuando menos exigirles que dejaran de medrar con el conflicto, que sacaran a sus respectivas fuerzas militares del territorio sirio, declararan un embargo general de armamento, asesoría y financiamiento a todas las fuerzas locales, se limitaran a respaldar los operativos de las organizaciones humanitarias para llevar auxilio a la población atrapada en los combates y dejaran en manos de la Organización de Naciones Unidas los esfuerzos de mediación para conseguir un alto el fuego y, posteriormente, un acuerdo de paz en el que los sirios de todas las facciones sean los protagonistas y no las fichas del tablero.