l sábado, un atentado suicida durante una celebración nupcial en la ciudad de Gaziantep, en el sureste de Turquía, dejó un saldo de medio centenar de muertos y 70 heridos. Las víctimas son kurdas y la autoría del ataque apunta, según las autoridades de Ankara, al Estado Islámico (EI), autor de la masacre en el aeropuerto de Estambul en junio pasado.
El atentado de Gaziantep introduce un factor adicional de confusión en la de por sí complicadísima crisis en que se encuentran Turquía y Siria, países con importantes minorías kurdas y afectados, ambos, por las acciones del EI. El gobierno de Recep Tayyip Erdogan combate a los kurdos y a los integrantes del califato fundamentalista tanto en el territorio de su país como en tierras sirias; al mismo tiempo, Estados Unidos, que encabeza la coalición en contra del EI de la que Turquía forma parte, respalda a los kurdos de Siria, a quienes considera útiles aliados en la ofensiva contra el grupo islamita.
Mientras los kurdos son objeto de una ofensiva lanzada por las fuerzas leales al presidente sirio Bashar el Assad, respaldado a su vez por Rusia, en la vecina Turquía las milicias de esa etnia han llevado sus ataques fuera de sus zonas tradicionales de influencia desde la semana pasada, como lo muestra el atentado atribuido al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) en Elazig, de población no kurda, que mató a tres policías y dejó unos 150 heridos.
Con este telón de fondo es posible comprender las declaraciones vertidas por el primer ministro turco, Binali Yildirim, quien por primera vez en lo que va del conflicto sirio reconoció que, nos guste o no
, Assad es uno de los actores” en el conflicto que desgarra al país vecino desde hace un lustro. Si bien el funcionario no expresó voluntad alguna de negociar con el aún presidente sirio, al menos dejó abierta la posibilidad de que otros lo hagan.
Más allá del fortalecimiento de los grupos integristas, fenómeno propiciado en forma voluntaria o no por Estados Unidos y Europa occidental, y al margen de la cruenta partida de ajedrez que las potencias mundiales juegan en el territorio sirio, el problema kurdo ha venido a complicar la guerra y a menguar sus probabilidades de solución.
Cabe recordar que los kurdos son un pueblo sin Estado, que su población se encuentra repartida en cinco países formalmente constituidos (Irak, Irán, Siria y Turquía, más un pequeño núcleo en Armenia) y que de esa situación son responsables los gobiernos vencedores de la Primera Guerra Mundial, quienes se repartieron en forma discrecional y pragmática los territorios del antiguo Imperio Otomano. Aunque en el Tratado de Sèvres –nunca ratificado– se reconocían los derechos de los kurdos a la autodeterminación y a un territorio propio, unos años más tarde tales derechos fueron borrados de un plumazo en el Tratado de Lausana, que definió, en lo fundamental, las fronteras de los actuales países de la región, y en los cuales ya no aparecía el Kurdistán.
Esa decisión atroz se tradujo, en el siglo pasado y en lo que va del presente, en guerras y conflictos sin término en los países que albergan poblaciones kurdas, en particular Irak y Turquía, y ahora amenaza con romper la coalición estadunidense contra el EI. En suma, para resolver la guerra siria se requiere también de dar una solución al drama de los kurdos.