a revelación de Los papeles de Panamá –una megafiltración de registros de la firma consultora Mossack Fonseca, con sede en ese país centroamericano, sobre el uso de empresas fantasmas y triangulaciones de dinero por políticos, empresarios, delincuentes y personalidades de la farándula– ha tenido el efecto colateral de generar una discusión sobre el origen, los efectos y las posibles agendas ocultas detrás de las filtraciones. Luego de que el presidente ruso, Vladimir Putin, señaló que Estados Unidos financió la difusión de los documentos mencionados como medida de control geopolítico, el portavoz del Departamento de Estado, Mark Torner, informó que Washington subvencionó una investigación realizada por periodistas del Proyecto de Información sobre Crimen Organizado y Corrupción, por medio de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid).
Es posible que las acusaciones continúen y se multipliquen, en la medida en que aún falta por sacar a la luz una porción considerable del material filtrado por una fuente hasta ahora anónima, según informaron ayer los periodistas del rotativo alemán Süddeutsche Zeitung, responsable de la filtración.
En un mundo en el que las élites políticas y económicas tienen por práctica común encubrir información y ejercer, con ello, una ventaja indebida sobre el resto de las sociedades, los ejercicios de transparencia resultarán siempre benéficos y, por principio, saludables. En el caso de Los papeles de Panamá la filtración ha resultado esclarecedora, no sólo porque exhibe conductas cuestionables, si no es que abiertamente delictivas, de individuos pertenecientes a esas clases dominantes, sino también porque muestra el carácter profundamente inmoral del sistema económico vigente. En efecto, mientras en la mayoría de los países el común de los ciudadanos padece un encarnizamiento fiscal y los efectos de recortes presupuestales de sus gobiernos (circunstancia que se agudiza en naciones dependientes y periféricas como México), las élites gozan de situaciones de privilegio fiscal, como la exhibida por los documentos sustraídos a la firma panameña.
Paradójicamente, la reducida presencia de los ciudadanos estadunidenses en los documentos revelados hasta ahora podría explicarse como resultado de la laxitud en el cobro de impuestos a grandes fortunas dentro del propio territorio del vecino país, algunos de cuyos estados cuentan con regímenes tributarios equiparables a los de los llamados paraísos fiscales. Más aún: las revelaciones difundidas podrían tener un efecto beneficioso para la economía estadunidense, al hacer de ese país un destino más seguro para las fortunas hoy exhibidas por Los papeles de Panamá.
Sería lamentable que el episodio se saldara con un reforzamiento del poderío económico y político estadunidense, en la medida en que los paraísos fiscales son una versión radicalizada de los principios del libre mercado impulsados por Washington en todo el mundo. Dependerá de las sociedades y de su capacidad de indignación y organización exigir la limpieza y una reconfiguración profundas del sistema financiero internacional, que implique la aplicación de políticas progresivas y el combate a la opacidad.