os son los magnos problemas que la humanidad debe resolver a mediano plazo para evitar el colapso: los tremendos impactos que ocasiona y continuará ocasionando sobre el equilibrio ecológico del planeta, y la vergonzosa desigualdad social que alcanza ya su máximo histórico. Lo anterior supone una transformación civilizatoria
que será ejecutada por millones de ciudadanos dotados de una conciencia cósmica o planetaria
organizados no para tomar el poder sino para construirlo desde abajo. Toda idea, propuesta, solución, tecnología, creencia e institución que se abstenga, obstruya o se oponga a esas dos necesidades, a esos dos requisitos para la supervivencia humana y de su entorno, terminará desplazada por la urgencia de la crisis. Las grandes religiones monoteístas e imperiales de hoy no serán la excepción. La crisis civilizatoria pondrá también a prueba, en más de un sentido, a las religiones del mundo.
La visita del papa Francisco a México despertó enormes expectativas por dos razones: porque tendría lugar tras la aparición de la encíclica Laudato si, documento en que la Iglesia católica adopta una posición de avanzada ante las dos mayores problemáticas del mundo contemporáneo arriba señaladas, y porque visitaba un país devastado, donde justamente tanto la dilapidación de la naturaleza como la expoliación del trabajo humano alcanzan niveles dramáticos. Se esperaba una visita enmarcada por las avanzadas tesis de esa encíclica. Recordemos su importancia según la teóloga M. Rojas-Salazar (http://revistas.ibero.mx/ibero/uploads/ volumenes/28/pdf/Ibero_42_Feb-Mar_2016_Baja_CORREGIDO.pdf): “Exhorta a escuchar el clamor de la Tierra y el clamor de los pobres. Plantea la inequidad como problema mundial, no sólo individual (LS, 51), y denomina a la deuda externa, deuda ecológica, pues considera el sistema comercial y de relaciones un sistema perverso. Asimismo, denuncia el fracaso de las cumbres mundiales sobre medio ambiente (LS, 51-54). […] El documento señala la problemática del agua como el conflicto del siglo y cuya consecuencia será el encarecimiento de la vida y la imposibilidad de sobrevivencia para los más pobres (LS, 30-31). Hace una crítica a las finanzas y al consumismo como principales responsables de la devastación de la Tierra (LS, 34). Acusa a los responsables de las naciones de no hacer un estudio adecuado de la biodiversidad y de los impactos a ésta. [...] Denuncia la degradación del mundo humano y la inequidad planetaria, las cuales han hecho que los excluidos se conviertan sólo en agenda o tema obligatorio (LS, 49)”. En suma, “la teología de Francisco es una ecoteología política que demanda la solidaridad internacional para ver al mundo como un proyecto común, reconociendo nuestra interdependencia y exigiendo que los que contaminen más paguen más: los países ricos (LS, 170)”.
La decepción ha sido mayúscula. El líder del Vaticano que compartió festivamente con las élites explotadoras y depredadoras de México, se abstuvo de hacer señalamientos directos, concretos o puntuales. Pero sobre todo no llamó a su Iglesia, a los miles de pastores (sacerdotes y monjas) y millones de feligreses a leer, discutir y reflexionar las principales tesis de Laudato si, algo que debería inducir actitudes o acciones de liberación o transformación socioambiental. Pese a la vehemencia en que fueron expresadas, las parábolas, alegorías y metáforas utilizadas por el Papa cumplieron solamente una función reflexiva y espiritual, no fueron llamados a la organización social y a la participación consciente, activa y directa.
No obstante la desilusión, pensamos que existen las condiciones para que la Iglesia católica mexicana y especialmente sus bases sociales adopten e implementen la teología de la liberación ecológica y social contenida en la encíclica de Francisco, y se sumen de manera explícita a las batallas por la vida
que hoy ejecutan cientos de miles de ciudadanos, especialmente los más marginados. En México existen ya las semillas esparcidas por infinidad de localidades y regiones. Ahí están los ejemplos de las Comunidades Campesinas de Camino en el istmo oaxaqueño impulsadas junto a otras muchas iniciativas por la diócesis de Tehuantepec; la acción ecológica y social de medio siglo de la Misión Jesuita en Chiapas en unas 500 comunidades indígenas tzeltales; las iniciativas de la Iglesia por la agricultura orgánica en Ciudad Guzmán, Jalisco, y las decenas de casos en que los párrocos de abajo
han ofrecido su apoyo a las resistencias ciudadanas o han iniciado proyectos alternativos. Procede ahora darle integración, viabilidad y visibilidad a un nuevo movimiento social y ecológico cristiano. Los retos son inmensos y las tareas innumerables.
Desde esta nueva perspectiva los púlpitos y las iglesias se deben convertir en centros de acciones tan concretas e inmediatas como lograr hogares sustentables y autosuficientes en energía, agua, alimentos, materiales y en el reciclaje de sus desechos. Los barrios deben generar organizaciones vecinales para producir alimentos sanos, nutritivos y baratos en azoteas, baldíos y parques mediante procedimientos agroecológicos. Igualmente deben formarse cooperativas de pequeña escala para el intercambio de alimentos, medicinas y conocimientos y para el apoyo financiero (bancos del pueblo). En otra escala la Iglesia debe coadyuvar a proyectos masivos de energías alternativas, alimentos, transporte no contaminante, educación ambiental, autodefensa y consumo responsable. Finalmente siguiendo a la encíclica deben esperarse posicionamientos de solidaridad y apoyo de la Iglesia con las numerosas resistencias ciudadanas contra los proyectos destructivos que hoy existen en el país (véase nuestro artículo en La Jornada donde ubicamos 420 conflictos: www.jornada.unam.mx/2016/02/ 02/opinion/013a1pol), e igualmente con los proyectos alternativos exitosos, que rebasan 2 mil, fundamentalmente desarrollados por cooperativas y comunidades indígenas (http://www.youtube.com/watch?v=GrFAbKYtG7o y http://www.crim.unam.mx/drupal/?q=node/1028 ).
Para don Miguel Concha, con admiración y respeto.