on el telón de fondo del inopinado involucramiento militar de Francia en la guerra en Siria, los presidentes ruso y estadunidense, Vladimir Putin y Barack Obama, se reunieron ayer en Nueva York, en el contexto de la Asamblea General de Naciones Unidas, sin más horizonte que el de constatar las discrepancias entre sus respectivos gobiernos en torno a los conflictos bélicos en curso en Ucrania y en el territorio sirio.
La falta de acuerdos mínimos sobre la segunda de esas conflagraciones parece paradójica, habida cuenta de que ambas potencias dicen tener como enemigo común al Estado Islámico (EI), la violenta organización fundamentalista que ha sentado sus reales en parte de los territorios de Irak y Siria y que ha proclamado en ellos un califato. El hecho es que Washington se negó en redondo a incorporarse al frente común urdido por Moscú para hacer frente al EI, en el que participan Irán, Irak y el propio gobierno sirio, encabezado por Bashar al Assad, y que se concreta en un centro común para intercambiar información e inteligencia. El acuerdo correspondiente ha resultado doblemente perjudicial para Estados Unidos: primero, porque confirma la influencia que Rusia ha ido ganando en Bagdad, y segundo, porque esta vez fue Moscú el que tomó la iniciativa en Siria en contra de la milicia islamista. Por lo demás, el principal punto de conflicto entre los gobiernos encabezados por Putin y por Obama es la permanencia en el poder de Al Assad: mientras que el primero lo considera parte imprescindible de una solución, el segundo se empeña en desalojarlo del poder.
Pero las potencias no sólo se ensarzan en duelos diplomáticos. Estados Unidos y algunos de sus aliados llevan meses bombardeando tanto posiciones del EI como de las tropas de Al Assad, en tanto Rusia ha incrementado la ayuda militar al régimen de Damasco, con el que mantiene una estrecha alianza desde los tiempos soviéticos. El confuso panorama sirio, en el que se desarrolla una confrontación de todos contra todos
, se complica más, para colmo, por la disparatada decisión del presidente francés, François Hollande, de lanzar ataques aéreos contra el Estado Islámico con el pretexto inverosímil de una legítima defensa
que manifiestamente no viene al caso. En ese escenario un peligro real es que una confusión o un accidente deriven en un choque directo entre militares de las potencias extranjeras, lo que conllevaría, a su vez, a un disparo exponencial de las tensiones geopolíticas ya existentes en Medio Oriente.
Es necesario y urgente, pues, que las potencias suspendan el ajedrez sangriento que juegan en Siria, que saquen las manos del conflicto bélico y se consagren, en cambio, a construir de manera conjunta un alto al fuego y una solución negociada a la crisis de ese país.