ntonces qué, ¿vamos ganando o perdiendo? Hoy que la esfera humana se manifiesta fragmentada y relativa, ambas opciones resultan ciertas todo el tiempo. Predomina de un lado una amplia zona de fantasía por entretenimiento o evasión ludopática que a muchos miembros de nuestra especie parece bastarles para sentirse humanos; la abolición virtual de la distancia física y la aceleración de lo inmediato generan identidades de nuevo tipo que no pueden desdeñarse. A la vez, abunda una zona abrumadora de realidad exacerbada donde vastas áreas se encuentran sometidas al fuego y el calambre de la guerra en alguna de sus múltiples manifestaciones modernas. Miles de millones de personas despojadas y sin nada –tierra, trabajo, alimento, pasaporte, salud, respeto– parecen la definición misma de la derrota, contra unos milloncejos de ricos, ricas y riquillos que prosperan (ellos sí que prosperan) de robar, engañar, apalear, encarcelar, comprar y vender a las masas hambrientas, y ultimadamente matarlas o dejarlas morir.
No hay que ser Marx o Taylor para saber que, no obstante, hace falta cierto número de pobres. Si no qué chiste. No eliminarán a todos. Así entendió la cabezuda colonización española una vez que vio que si se acababan los naturales
alguien más tendría que poner el lomo para sacar la riqueza descubierta
. En vez de esclavos africanos, los propios naturales
podían ser dóciles y conocían el terreno mejor que nadie. (Claro, lo habían descubierto
antes.)
Hoy, en el lugar del mundo llamado América Latina o viceversa, la derrota no aparece tan evidente, y contra el pronóstico de los planificadores del norte, sus pueblos siguen cargados de paradójico futuro. Gente de distintos tamaños y colores con fuerte raíz indígena y negra en sus núcleos duros. Tal lugar no comienza en el Suchiate o Chetumal, como quisieran los intelectuales de La Castañeda empeñados en el sueño quintaescencialmente guajiro de ser Norteamérica. Dolaritos, tú a tú con los patrones, bilingüismo anglofílico y disponibilidad ilimitada. Es el programa que aplican nuestros gobernantes y empresarios del bien y del mal, además de influyentes iglesias cristianas, como previera Norman Lewis. En los medios masivos se impone la sintaxis del inglés. La colonización voluntaria no tiene precedente (salvo la desafortunada novela rosa de Maximiliano y Carlota; pero ese mundo rancio se acabó de esfumar hace un siglo). Sépase que América Latina no colinda al norte con Mesoamérica. México es y sólo ha sido parte del sur. La Tarahumara y el valle del Yaqui son sur. Al paso que vamos, el sur, la Otra América si se quiere, irá de Alaska a Patagonia, y ahí te quería ver, como diría Cortázar.
En este magma de territorios y humanos, miles de pueblos se aferran a su lugar en ciudades y campos, sean desiertos, serranías, manglares, altiplanos o junglas, atrás y adelante de las carreteras, pegados incluso a los aeropuertos. Y lo hacen, según reiteran sus expresiones y acciones, no sólo para sí. Se asumen reservorio contra el desaliento, guardianes de la humanidad. Las trasnacionales quisieran reírse de ellos, pero no pueden. Ni acallarlos. Ni esconderlos. Para colmo, ni cuando emigran se están quietos. El buen vivir andino, el para todos todo zapatista, el sumak kawasai amazónico influyen en las resistencias en general (la del maíz natural en México, la de los 43). Es que, como notificara una kichwa a un presidente de Ecuador hace no mucho: Ahora somos otros indios
.
Es posible que en conjunto sean los más humanistas de los seres humanos actuales. En las cuentas de los mandamases, sus repetidores y sus títeres, los indios son poquitos, y las soberanías vale gorro tratándose del traspatiote que reclama el imperio (su destino manifiesto
). En los números, indios y campesinos sólo disminuyen (el Inegi no tiene la exclusiva en el continente, ni la cruzada contra el hambre en flagrante subejercicio de limosnas y extremaunciones disfrazadas, ni la insidiosa privatización de predios ahora a cargo de un policía). Como de costumbre olvidan que estos pueblos nacieron para durar, llevan medio milenio y van para arriba y adentro en su propio lugar, en su espacio de vivienda, en su centro de trabajo.
Los promotores de la anexión de México (como la llama John Ross en su reseña histórica The Annexation of Mexico, de los aztecas al Fondo Monetario Internacional
, Common Courage Press, Maine, 1998) podrán enfurecerse, sacar las uñas y alegar que qué atrasados y retardatarios, advirtiendo con índice de fuego que no hay de otra. Universidades Ivy League los respaldan. Como si el planeta planetario y su mercado capitalista no estuvieran objetivamente amenazados.
La miríada de luchas plantadas en la tierra, en las calles, en la noción de justicia, no le baja. Aunque ocurran lejos y sin noticia unas de otras (interbook cambia las cosas), las gentes del sur seguirán aquí cuando lo de aquéllos ya no exista.
Para David Brooks, Nicolás y Lucas.