ay una inundación de dinero en las economías más desarrolladas. Primero en Estados Unidos, después en Japón y más recientemente en la Unión Europea, los bancos centrales crean enormes cantidades de dinero que han hecho crecer lo que se denomina como la liquidez en los mercados financieros. Con ello, ese dinero acaba en los bancos comerciales y el efecto es el de reducir y mantener bajas las tasas de interés.
Debería, pues, haber más crédito y a costos más bajos. Debería ser así, pero los mecanismos de asignación de los recursos en los mercados no provocan que esto ocurra y, en consecuencia, creciera la inversión productiva, el consumo de las familias y eventualmente el nivel de actividad económica en un nuevo ciclo de expansión.
Luego de siete años de crisis, la recuperación económica es muy lenta; la más lenta en todo el periodo de la segunda posguerra y aún muy frágil. El impacto negativo en el sector bancario fue muy grande y se extendió a lo largo de la cadena de transacciones financieras. Hay en algunos casos signos de recuperación, mas no de una expansión sostenible. Sirva el sonado caso de Grecia para ilustrar una situación de debilidad extrema.
Esto lleva apreciaciones de índole política que parecen violar los principios de la lógica, como ocurre en España donde el gobierno anuncia –en medio de la temporada electoral y con una fuerte oposición más allá del bipartidismo convencional– que la crisis ha sido superada y eso con una tasa de desempleo de 24 por ciento.
Las condiciones prevalecientes no sólo indican que la crisis no se ha superado, sino que incluso ha puesto a las políticas fiscales de los gobiernos, y a la gestión monetaria de los bancos centrales, que operan formalmente de manera independiente, en un entorno insostenible.
La enorme liquidez que se ha creado tiene que ser absorbida para así poder normalizar
las acciones de las políticas económicas y reducir las deudas públicas y, también, para arreglar las situación del balance de los bancos centrales en donde los activos financieros que compran a cambio del dinero creado han aumentado sin contención.
La creación de dinero no es un asunto inocuo en la economía, puesto que altera los precios relativos de los productos y de las inversiones. Tampoco lo es para un banco central que tiene la responsabilidad básica, aunque no única, de prevenir la pérdida de valor de la moneda por efecto de la inflación o la depreciación frente a otras monedas. Ahora enfrentan incluso el problema de la deflación, que augura un proceso recesivo más profundo.
Todo ese dinero que se crea mediante la intervención de los bancos centrales se usa, no se queda ocioso, pero ocurre que una gran parte se destina a la especulación, al financiamiento de la deuda pública y a la expansión de ciertos sectores productivos y empresas. Este uso del dinero no jala al conjunto de la producción y al empleo y, en cambio, propicia una mayor concentración de la riqueza y del ingreso. No se destina a cubrir las necesidades de crédito de las empresas de menor tamaño. Las distorsiones en los mercados financieros siguen estando en el centro del funcionamiento de los sistemas económicos.
La forma de salir de la crisis mediante la gestión que se ha impuesto durante todo estos años tiene, por un lado, una interpretación teórica que consiste en una especie de argumentación contrafactual, a saber: de no expandirse de modo significativo la cantidad de dinero en la economía la crisis sería de una mayor profundidad y duración. La experiencia que se cita al respecto es la de la crisis de 1929-1933.
Mientras esto ocurre no hay una idea aunque sea vaga del escenario que se espera encontrar cuando cambie la forma de operar de los bancos centrales y de la política fiscal y, menos aún, cuando finalmente esta crisis quedara atrás. Este es problema que manifiesta de modo explícito la Reserva Federal cuando pondera cuándo empezar a elevar las tasas de interés y renuncia a hacer compromisos explícitos al respecto. Se advierte también en las consideraciones de otros bancos centrales, incluido el de México.
Y lo que no es posible sostener es que tal escenario provoque necesariamente un nuevo ciclo de expansión. Luego de la crisis de hace 80 años, lo que hubo fue la Segunda Guerra Mundial, y sólo después se gestó un amplio ciclo de expansión y acumulación que duró desde inicios de 1950 hasta los primeros años de 1970, y eso bajo la clara hegemonía política de Estados Unidos y en el marco de la guerra fría.
Las condiciones del capitalismo en la fase actual de la globalización no están creando las condiciones en materia económica y política para una nueva etapa de crecimiento. Al contrario, lo que prevalece es una especie de disfuncionalidad sistémica y un ambiente de fuerte confrontación política.
La recesión puede alargarse por mucho tiempo y se suman los desajustes de diversos mercados como sucede con el petróleo. El efecto adverso es cada vez más notorio en México. La necesidad de contrarrestarlo requiere de revisar las medidas fiscales, hacendarias y del sector de la energía tomadas en un escenario planteado de modo muy distinto. Lo que se registra es una gran resistencia de la demanda interna y cada vez mayor inconsistencia de los llamados fundamentos macroeconómicos para auspiciar y sostener la expansión de la economía. Los recortes del presupuesto son una necesidad con alto costo que va a marcar al resto de este sexenio.