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Bienestar selectivo
L

as dos anécdotas que a continuación se relatan dan cuenta de la incapacidad de la economía de libre mercado, tal como la conocemos ahora, al menos en Estados Unidos, para satisfacer las necesidades más elementales de los seres humanos, entre ellas vivienda y salud.

En el primer caso, Guadalupe fue una de las víctimas de la crisis económica que explotó en 2008. Al igual que ella, muchas personas adquirieron su casa a un precio que excedía con mucho su valor real. Cuando la llamada burbuja inmobiliaria explotó, Guadalupe intentó renegociar la hipoteca mediante la que adquirió su vivienda y se percató de que valía mucho menos. Para colmo, debido a la crisis económica, perdió su empleo, por lo que le fue imposible cumplir con los pagos de la hipoteca y fue declarada insolvente. Se estima que unos 6 millones de personas como ella han perdido sus casas desde 2007 debido a que sus inmuebles fueron incautados por las inmobiliarias y los bancos que financiaron las adquisiciones. Buena parte de ellas, se han quedado literalmente en la calle, producto de la especulación y falta de escrúpulos de los corredores de bienes raíces. Lo más grave es que la ley permitió ese latrocinio y no es posible resarcir a millones de personas, como Guadalupe, de su pérdida.

El segundo caso es tal vez igualmente dramático. Por lo menos en 30 estados ha sido cambiada la ley para que las aseguradoras puedan reducir los pagos por incapacidad en caso de accidentes de trabajo. Dicho cambio hizo posible el incremento en las primas de seguro, y además modificó los requisitos legales para que los trabajadores reciban compensaciones por incapacidad, estableciendo una serie de taxativas adicionales para que puedan adquirir un seguro médico. Joel, una de las víctimas de esas modificaciones, trabajaba en un almacén cuando una plancha de media tonelada le cayó encima, dejándolo paralizado de las dos piernas. El año pasado, amparada en los cambios mencionados, la compañía de seguros que cubría su incapacidad cortó el pago de la persona que lo asistía. Por ello, su esposa debió renunciar a su trabajo para asistirlo en sus necesidades más elementales. Ambos han quedado desempleados, y sus ya de por sí magros ingresos se redujeron aún más. Lo mismo que Joel, decenas de miles de trabajadores en Estados Unidos que han sufrido un accidente de trabajo atraviesan por una situación parecida.

De estos y otros casos dio cuenta un reportaje en la cadena de televisión pública estadunidense. Son una muestra de la imposibilidad, y por lo visto también de la falta de voluntad, del sistema prevalente en el país más poderoso económicamente del planeta, para aliviar las carencias de buena parte de su población. Por ello, vale preguntar si de seguir las cosas como hasta ahora será posible garantizar una vida digna a quienes viven en una sociedad en la que predominan valores que excluyen de sus beneficios a la mayoría de quienes forman parte de ella.