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La agonía de la CTM
L

a estatua monumental de Joaquín Gamboa Pascoe, financiada por la trasnacional automotriz Chrysler, simboliza el lamentable estado de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), membrete de lo que en un tiempo se denominó movimiento obrero organizado.

Este auto homenaje y su escenario fueron motivo de burla en todos los medios de comunicación, no sólo por la pose de dandy de su dirigente y el contenido de su discurso, sino porque es del dominio público que esta organización obrera hace tiempo renunció a su obligación de representar y defender a sus miembros, convirtiéndose en un negocio del que únicamente sacan ventaja los líderes, empresarios y el gobierno, jamás los trabajadores.

A sus 79 años de vida, la CTM vive una larga agonía, la cual se exhibe en todos los planos. Uno de los indicadores de esta debacle es la pérdida creciente de su presencia en el Congreso de la Unión, como parte de las filas del PRI. Basta recordar los años 70 y 80, en los cuales casi una cuarta parte de la legislatura provenía de la llamada cuota obrera, en la que la CTM era hegemónica, ocupando casi dos tercios de la misma. En esos tiempos, en la mayoría de los estados había un senador que formaba parte de la central. Varios cetemistas fueron gobernadores en sus estados. En la medida que languidece la CTM, su presencia ha sido superada por otras organizaciones del sector campesino, trabajadores del Estado y, sobre todo, del llamado sector popular del PRI.

Para la próxima elección de junio de 2015, la CTM ha sido prácticamente ignorada en la designación de candidatos a diputados. A duras penas se tomó en cuenta a su dirigente en Jalisco y el secretario de trabajo de su comité nacional, José Luis Carazo, sólo logró el lugar 11 en la lista plurinominal en una de las circunscripciones. El PRI sabe bien que la central ya no jala votos. Gamboa Pascoe sufrió en carne propia estos sinsabores cuando en 1973 tuvo una vergonzosa derrota ante el panista Javier Blanco Sánchez, y más tarde, en 1988, con Porfirio Muñoz Ledo. No volvió a arriesgarse en una elección. Le quedó claro que los votos no son lo suyo.

La renuncia de la CTM a su papel de representante de los intereses obreros se ha acelerado en los últimos 25 años. Aun en las declaraciones públicas más simples, están ausentes. Las pocas veces que se tiene noticia de sus líderes, éstas provienen de su actuación, no a favor, sino en contra de los trabajadores. Por ejemplo, en la pasada reforma laboral de 2012 se opusieron rotundamente a cualquier propuesta democratizadora, votaron en contra de la transparencia, el voto secreto y la rendición de cuentas. Con especial enjundia boicotearon la iniciativa de que los trabajadores fueran consultados antes de que los empresarios impusieran los conocidos contratos colectivos de protección patronal; este tema fue identificado con el artículo 388 bis que se logró aprobar en el Senado a pesar de la oposición del PRI, pero sin embargo la Cámara de Diputados, en alianza con representantes empresariales, no permitió que avanzara, a pesar de que se trataba simplemente de que fueran los trabajadores y no los patrones los que escogieran su sindicato.

Es natural que la población, y los trabajadores en particular, tengan una pésima opinión sobre la CTM; ha sido ella la que consistentemente se ha opuesto a la mejora de los salarios mínimos a pesar de la evidencia de que son los peores del mundo. La central aprobó la absurda propuesta presidencial de reducir a un tercio los recursos del fondo para la vivienda de los trabajadores para constituir, con el dinero de su propiedad, el seguro de desempleo prometido por Peña Nieto en su campaña para la Presidencia. Ante el reciente intento de reforma constitucional al artículo 123 apartado B, para cancelar los derechos colectivos de los servidores públicos, iniciativa encubierta en la reforma política del Distrito Federal, la CTM no ha dicho una palabra. Su interés es otro.

La lista de traiciones de la confederación a los trabajadores es larga; se puede remitir al outsourcing pues ha consentido la destrucción de las más elementales protecciones obreras; a su papel en las Juntas de Conciliación y Arbitraje, en donde votan por consigna; a los sistemas del fondo de retiro; al tráfico de influencias que realizan cuando ocupan cargos en los órganos tripartitas. En fin, a la ostentosa forma de vida de sus líderes, empezando por Romero Deschamps y cerrando con Gamboa Pascoe.

En relación con los dirigentes cetemistas, además de administrar sus propios negocios personales o de acudir de vez en cuando a una ceremonia convocada por el gobierno, como es el caso del primero de mayo, su principal actividad consiste en promover los contratos colectivos de protección patronal que firman a espaldas de los trabajadores que dicen representar, poniéndose totalmente en manos de los abogados empresariales, hoy convertidos en sus auténticos jefes. Son los empresarios y no los trabajadores los que construyen y amplían su afiliación, asignándoles contratos colectivos en los nuevos centros laborales; obviamente para conservar esa situación adquieren el compromiso de obedecer sus órdenes so pena de no ser beneficiados en el futuro. Por ello, aceptan reajustes, reducción de condiciones de trabajo, la terminación de los contratos colectivos y la firma de otros nuevos en condiciones inferiores; admiten costos laborales menores para el personal futuro y todo lo que se le ocurra al patrón. Se podría hacer un mapeo en todo el país, en las diferentes ramas de industria y de servicios, para confirmar el despojo laboral del que han sido cómplices. Ante los brotes de inconformidad obrera se convierten en represores violentos temerosos de perder su fructífero negocio.

Por estas y más razones el sindicalismo internacional que lucha globalmente para atemperar los efectos de la competencia mundial y los ajustes estructurales ha tomado conciencia de que agrupaciones como la CTM no son socios confiables en las organizaciones obreras mundiales. Es entendible que existan voces en el seno de la Central Sindical Internacional (CSI), y en la Central Internacional de las Américas (CSA), a las que se encuentra afiliada la CTM, que cuestionan si tiene sentido conservarlos en su membresía. Hacen bien en planteárselo. El mundo del trabajo no está para estas simulaciones.