n días pasados llegó a mis manos el libro De qué hablo cuando hablo de correr, del escritor japonés Haruki Murakami. La palabra sencilla y emotiva del autor trajo a mi mente un tema obligado en mi labor profesional y académica: la justicia. Fundamentalmente las implicaciones de la justicia en la vida cotidiana, entendida como el conjunto de virtudes que dignifican a quien las posee.
Hoy en día es necesario abordar el tema, pero desde la sencillez de lo que vivimos día con día; hablar de justicia nos acerca a una sociedad fragmentada: los buenos y los malos, los honestos y corruptos, los ricos y los pobres, los viejos y los jóvenes, las mujeres y los hombres, etcéetera. La clasificación podría ser en demasía extensa; sin embargo, las etiquetas no llevan a buen puerto y únicamente sirven para sabotear y encontrar el origen de los problemas en función de los grupos que conforman nuestra sociedad; especialmente, aquellos a los que no pertenecemos, pues resulta más cómodo culpar a otros que asumir la propia responsabilidad.
Debemos tener conciencia de que es necesario cumplir con las obligaciones que individualmente nos corresponden. No podemos esperar que las autoridades u otras personas satisfagan todas nuestras necesidades. En general, las y los mexicanos debemos procurarnos autobienestar, así como generar paz y tranquilidad para todos los miembros de la comunidad.
Los conflictos actuales sin duda desmoralizan, pero, a más de interpretar la realidad, es necesario ubicar cómo contribuimos a las desavenencias y al enfrentamiento que nos impiden vivir armoniosamente.
No podemos evitar la delincuencia y sus consecuencias, así como otros aspectos negativos que merman la concordia e inyectan desconfianza, pero es factible gestar solidaridad y paz social si al menos contribuimos con lo que nos toca: trabajar, estudiar, no aceptar ni otorgar dádivas, no estacionarnos en lugares prohibidos o reservados, respetar los señalamientos de tránsito, no tirar basura, acatar las normas jurídicas y de convivencia en sociedad. Con pequeñas acciones de más de 112 millones de mexicanos (censo de 2010) podemos cambiar el rumbo.
Hablemos de justicia siendo justos al actuar. Los tiempos donde se pensaba o nos conducíamos bajo la premisa de que para ganar, otro tenía que perder, no existen más. Hoy debemos asumir nuestra propia responsabilidad, ser y hacer autocrítica, sumar esfuerzos en torno a la obtención de la justicia, pero de aquella que todo ciudadano espera y que se logra cuando nos beneficiamos, pero también cuando favorecemos a otros con nuestra propia conducta. Es entonces cuando navegamos con el viento a favor.
Cambiar nuestros paradigmas, pensar en el largo plazo y actuar con principios y valores en provecho propio y de los demás. ¡De eso hablo cuando hablo de justicia!
La dimensión de la justicia cobra otra magnitud cuando se trata de la que está a cargo de los juzgadores, que también requiere de sólidos principios y valores, pero sobre todo del actuar ético y profesional de quienes tienen en sus manos decisiones que afectan el patrimonio, la libertad, la salud y finalmente a la colectividad.
Ser justos, actuar justamente e impartir justicia justa
es una tarea personal. Cada cual desde su propia trinchera, para hacer de este país un México de paz, un México que sume esfuerzos y nos permita ser y crecer; que genere nuevas oportunidades para la gente de bien y que cuando hablemos de justicia, tengamos claro que todos contribuimos a la construcción de un país en libertad.
* Magistrada federal y académica universitaria