Qué extraño llamarse Federico
uego de un largo silencio de una década el realizador italiano Ettore Scola (Nos amábamos tanto, Un día especial), propone en Qué extraño llamarse Federico, un tributo a su amigo y colega Federico Fellini a 20 años de su desaparición, a través de una remembranza que navega entre la ficción y el documental. Es poca en realidad la información novedosa que brinda Scola al cinéfilo seguidor de la obra del autor de La dulce vida, y muy aventurada su mescolanza de formatos y su caprichosa transición del blanco y negro a la fotografía en colores. Lo que podría objetarse es que en el intento de hacer una película a la manera de Fellini, el director de La noche de Varennes sólo pone en evidencia la imposibilidad de restituir el universo del prestidigitador fílmico de Rímini, de no ser a través de la parodia, una empresa por lo demás riesgosa.
Dejando de lado ese propósito fallido de antemano, lo que queda es una evocación emotiva de la amistad entre los dos colegas y la recreación de la bohemia artística de los primeros años compartidos como caricaturistas en el diario humorístico Marco Aurelio. Esta primera parte, un tanto reiterativa, pero interesante como crónica novedosa, ocupa la mitad de la cinta. Viene luego, en el desván de los recuerdos de la segunda posguerra, algunas instantáneas del método de trabajo del primer Fellini, sus incursiones en el oficio de guionista (Roma, ciudad abierta, de Rossellini), y aquellos trazos suyos apenas conocidos como el dibujante satírico que ya plasmaba en el papel la galería de personajes estrafalarios que luego poblarían sus cintas. Paralelamente, Scola alude a su propio trabajo de guionista (Il sorpasso, de Dino Risi), y a su debut en la dirección fílmica, con lo que se señalan las diferencias estilísticas de los dos cineastas, quienes pese a ello mantuvieron una complicidad artística durante largas décadas.
No siempre funciona de modo convincente el empeño de recrear en clave referencial, y con personajes siempre aproximativos, algunas célebres escenas de Ocho y medio o Amarcord. Lo que sí captura el interés es el revelador material de archivo, las entrevistas con Giuletta Massina o las declaraciones de Alberto Sordi, Vittorio Gasman y Ugo Tognazzi. Estos últimos evocan de modo divertido lo que fue el casting infructuoso de cada uno para ese papel de Casanova que finalmente Fellini ofreció al actor Donald Sutherland, con mayor ambigüedad y complejidad histriónica para el personaje. Fellini huyendo fantasiosamente de las solemnes ceremonias de su propio funeral de tres días es el pretexto para un nostálgico recorrido por las escenas más emblemáticas de su obra. Un cálido saludo de un cineasta octogenario a ese maestro indiscutible que, pese a los homenajes, se muestra siempre rejuvenecido. Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional. 12 y 18:30.
Twitter: @CarlosBonfil1