l presidente ruso, Vladimir Putin, firmó ayer un decreto en el que reconoce a Crimea como Estado soberano e independiente
, luego del referendo realizado el domingo pasado, en el que una abrumadora mayoría de los habitantes de esa península al norte del mar Negro votaron en favor de una anexión a Rusia. Por su parte, el parlamento crimeo, en sesión extraordinaria a puerta cerrada, votó ayer una declaración de independencia efectiva y facultó al primer ministro, Serguei Axionov, y al jefe del Legislativo, Vladimir Konstantinov, para acudir a Moscú a firmar un tratado bilateral que selle la anexión. Mientras, Estados Unidos y la Unión Europea impusieron sanciones que incluyen congelamiento de activos y restricciones de viaje a funcionarios de Rusia y Crimea.
Más allá de los amagos y represalias adoptadas por gobiernos occidentales, la contundencia de los resultados del referendos del pasado 16 de marzo en Crimea, así como la debilidad que enfrenta el actual gobierno interino de Kiev en contraste con la fortaleza exhibida por su contraparte rusa, hacen ver la anexión de la península al país euroasiático como un hecho consumado y difícilmente reversible.
En retrospectiva, puede ponderarse el carácter contraproducente del papel desempeñado por Washington y Bruselas en la crisis institucional ucrania que derivó en el derrocamiento del ex presidente de ese país, el pro ruso Viktor Yanukovich: luego de apoyar la desestabilización de ese régimen mediante numerosas marchas desarrolladas en la plaza Maidán, Estados Unidos y la Unión Europea no consiguieron erigir un gobierno ucranio que fungiera como factor de control y estabilidad; por el contrario, la llegada de nuevas autoridades pro occidentales terminó por atizar las divisiones sempiternas entre europeístas y pro rusos, lo que alentó a su vez las aspiraciones secesionistas de la mayoría de los habitantes de Crimea. Por añadidura, hoy por hoy no puede descartarse que esas mismas aspiraciones comiencen a cundir en otras provincias del sureste ucranio, donde la población es mayoritariamente rusoparlante.
En una perspectiva más general, el reconocimiento de las península del Mar Negro como nación independiente por Moscú forma parte de un proceso desencadenado por las propias potencias occidentales, que no se originó en Crimea, sino en los Balcanes, con la designación unilateral de Kosovo como Estado independiente, formulada en febrero de 2008 por Washington y Bruselas, en violación a los principios internacionales de integridad territorial y de no intervención en asuntos internos que ahora preconizan. Ante el avance de movimientos nacionalistas centrífugos en los estados nacionales europeos, resulta obligado redimensionar otras expresiones independentistas, particularmente las que se desarrollan en el Reino Unido, España y Francia.
Según puede verse, la posibilidad de que el ejemplo ucranio se reproduzca en otras latitudes del viejo continente es –además de los cálculos geoestratégicos y económicos– una motivación central del reciente celo centralista que ha mostrado la Unión Europea. Pero ni Bruselas ni Washington cuentan con la autoridad política, diplomática o moral necesarias para reclamar la integridad territorial de los estados nacionales, y resulta preferible, ante tales circunstancias, que esos actores internacionales asuman la derrota sufrida en Crimea y que cesen las presiones ejercidas sobre la península y sobre Rusia, en el entendido de que éstas terminarán por generar nuevos episodios de tensión entre Moscú y Occidente.
Es deseable, por último, que en el marco del nuevo orden geopolítico en la región, tanto el pueblo ucranio como el de Crimea puedan consolidar regímenes estables, soberanos, democráticos y capaces de sortear las tensiones geopolíticas entre los centros de poder planetario.