Viernes 21 de febrero de 2014, p. a12
El heavy metal es un género musical esencialmente dialéctico. La clásica discusión respecto de quién es el primer grupo de heavy metal incluye de manera común a los dos grandes gigantes del rock pesado: Led Zeppelin y Black Sabbath. El argumento de que el cuarteto encabezado por Robert Plant era blues y no metal debe de quedar anulado de la consideración si atendemos a las declaraciones del productor Rick Rubin, citado por Ozzy Osbourne en una entrevista para Spin publicada en junio de 2013: Ustedes (Black Sabbath) no eran una banda de heavy metal. Su primer álbum era de blues
, lo que el propio Ozzy de inmediato corroboró. El heavy metal, como cualquier género de rock, tiene entonces, indirectamente, su origen en la cultura negra, de barrio, de ghetto, de excluidos. En este factor encontraremos también un elemento dialéctico hoy día.
De Led Zeppelin se deriva lo que podríamos llamar el lado claro del metal
y de Black Sabbath el lado oscuro
. El primero incluiría el hard rock, el glam y el speed; mientras del segundo se derivan subgéneros como el thrash, el death, el grind, el stoner, el doom y otros. La dialéctica es evidente. El heavy metal es un género musical bipartido y por ello mucho más fértil que aquellos donde no existe esta lucha y antagonismo interno.
Otro argumento que sustenta la dialéctica del heavy metal se refiere a lo que mencioné líneas arriba en referencia a la exclusión social. Una de las características fundamentales del metalero es tener problemas de autoridad. El metalero, como cualquier otro niño o adolescente, se enfrentó prontamente a situaciones que exigían cosas de él/ella que no quería necesariamente dar y se le exigía ser algo que no deseaba ser. A diferencia de gran parte de la sociedad, el metalero decidió no adaptarse y expresarlo mediante sus usos estéticos y su contenido ideológico irreverente. Si la sociedad abnegada habla de amor, el metal habla de sexo; si la sociedad hipócrita defiende discursivamente la vida mientras de facto la destruye, el metal habla de muerte, pero en los hechos lucha nietzscheanamente por la reafirmación vital; si la sociedad moralina habla de Dios, mientras se comporta como un conjunto de desalmados, el metal habla del Diablo, pero es sobrio en su trato para con la gente. Al menos así solía ser, pues si la dialéctica es como el yin-yan con su esfera clara en su segmento oscuro y viceversa, hoy el metal pareciera una representación ideológico-musical de la teoría de cuerdas, donde la derecha y la izquierda, lo libertario y lo conservador, lo anarquista y lo empresarial, y hasta lo satanista y lo cristiano convergen. El metal ha dialectizado hasta el infinito su propia dialéctica.
En México, el metal es particularmente dialéctico, pues reproduce las relaciones sociales a un punto tal que uno se pregunta lo que Marx opinaría al respecto. Si durante los 70 y 80 el metal en México era, junto con el punk, el género musical de las clases populares consideradas más desadaptadas y agresivas por una sociedad mexicana llena de prejuicios contra lo diferente, hoy el heavy metal ha permeado todas las clases sociales, exacerbando su oposición hasta el absurdo. El metalero mexicano excluye a otros metaleros por un amplio espectro de razones
: no compartir el subgénero de su preferencia, no vestir sólo de negro, preocuparse por la vida política y, claro, viceversa. Esto es deleznable y peligroso, pues excluir coquetea con el conservadurismo que décadas atrás lapidaba a la comunidad metalera.
Los mismos promotores de conciertos, excepto Infinity, productores del Hell & Heaven Metal Fest, resultan discriminadores y excluyentes contra las bandas mexicanas de metal: invitan a tocar sólo a las de sus allegados o las obligan a vender boletos para presentarlos, nunca pagan, ofrecen el equipo de sonido más reducido posible y, sin brindarles cortesías para el acto, les impiden en ocasiones pasar a su ingeniero de sonido a menos que haya pagado entrada. Esto lo justifican argumentando una falsa falta de calidad; sin embargo, la discriminación y barreras que padecen las bandas mexicanas no puede sino obedecer a un torcido placer sicológico poderoso-dominado, lo que contraviene completamente el espíritu original del heavy metal. Con el enorme movimiento metalero actual, es tiempo de volver a nuestras raíces libertarias y equitativas, pues México es hoy donde los metaleros de todo el continente voltean, incluso los estadunidenses. México puede marcar la pauta del metal la siguiente década y hay que saber hacerlo.
* Profesor de filosofía y política en la Universidad Autónoma de Querétaro, así como vocalista del grupo de rock Dirty Woman.
Twitter: @ellutzzzo