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Regalos de Navidad
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Hoy se cumplen 90 años del fallecimiento de Gustave Eiffel, quien diseñó uno de los emblemas más famosos de París. La imagen fue captada en la capital francesa, que en estos días padece tormentas invernalesFoto Xinhua
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as fiestas navideñas son propicias a la expansión de los buenos sentimientos: generosidad, solidaridad, amor del prójimo, se comparten en familia y, de amigo en amigo, en toda la sociedad. Los cánticos de Navidad invitan al recogimiento ante la santidad de Stille nacht, Heilige nach. En Francia, el villancico navideño más célebre, aparte el Minuit Chrétiens que se canta de preferencia en la Misa de Medianoche, es una canción por completo laica, si no pagana, inmortalizada por el muy célebre cantante popular Tino Rossi, originario de la isla de Córcega donde su celebridad rivaliza con la de otro nativo del lugar: Napoleón. Las palabras de la canción de Tino Rossi comienzan: “Petit papa Noël, quand tu descendras du ciel, n’oublies pas mes petits souliers…”, es decir, solicitando no olvidar un regalo. La emoción de la noche de Navidad es rebasada por otra emoción más tenaz y urgente: ésa que arde en el corazón de los niños que esperan recibir los regalos soñados.

¿Qué padre o madre de familia, qué pariente, qué adulto, podría resistir a una imploración tan conmovedora? No todos poseen un corazón de pierda, por fortuna, y los regalos colocados bajo el árbol de Navidad o a las orillas del Nacimiento, según las convicciones religiosas, aún son el medio más evidente de manifestar su ternura y generosidad, cada persona lo sabe y nadie osaría escapar a la regla. Son incluso, a veces, los más pobres quienes se muestran más generosos.

En Francia, según las informaciones de la prensa y otros medios, una noticia chocante y singular ha hecho, sin embargo, su aparición. Presentada bajo la forma de un estudio estadístico, adquiere la autoridad casi científica de una verdad irrefutable. ¿De qué desgracia habla esta información para adquirir el rango de noticia? Nos anuncia, sin miramientos para nuestras buenas conciencias: seis personas sobre diez, sí, seis sobre diez, revenden la mañana siguiente los regalos que recibieron en Navidad. En el caso de los adolescentes y los niños, la estadística es aún más grave: tres cuartos de ellos ponen de inmediato en venta los tiernos regalos recibidos de los inquietos padres por demostrar su amor y dar una prueba tangible de éste a su progenitura.

De qué pasar brutalmente del sueño a la realidad y de bajar aún más rápidamente de las altura del cielo para aterrizar sobre la ingrata superficie de la tierra.

Esta venta inmediata es facilitada por los progresos de la técnica: los jóvenes saben utilizar internet mejor que sus mayores, pues ésta forma parte de su cultura. Saben que existe en la tela del web una infinidad de redes que permiten vender en línea todo lo susceptible de ser vendido y comprado. Así, se precipitan a proponer en el mercado el costoso juguete que causó tanta inquietud, y tanto dinero en ocasiones, a sus padres, para satisfacer sus deseos y, lo que ellos creen, sus secretos.

Nada más que el secreto de tres cuartas partes de los jóvenes franceses es simplemente cambiar los regalos contra algunos billetes.

Es fácil indignarse. Acusar a los jóvenes de uniformarse a las leyes de la sociedad en la cual se les ha hecho nacer sería injusto. No son los adolescentes de hoy quienes inventaron la sociedad mercantil, serían más bien sus padres y sus abuelos. Más vale interrogarse sobre el sentido de esta reventa inmediata. No queda sino admitir que muchos de los regalos no corresponden para nada al verdadero deseo de quienes lo reciben. ¿Quién puede vanagloriarse de hallar, en cada ocasión, el objeto, ordinario o muy raro, que responde exactamente al deseo del otro? ¿Quién escucha el deseo del otro, así sea el de la persona más amada? Encontrarlo sin equivocarse sería, acaso, una excepcional prueba de amor. De alguna manera, una perla aún más rara que las más bellas perlas de los mejores pescadores de perlas.

Y, después de todo, a semejanza de la abuela, o la vieja tía solterona, el travieso escuincle, ¿no se da más gusto al ofrecer que al recibir un regalo?