uanajuato, Gto. Entre las líneas de conducta actuales de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato y su director artístico, Juan Trigos, se encuentran dos operaciones de rescate. La primera, rescatar en la medida de lo posible el Teatro Juárez de esta ciudad para realizar ahí algunas presentaciones especiales. La segunda, rescatar a la ópera como parte integral de la actividad de la orquesta. Ambas fueron cumplidas el fin de semana pasado (abril 18 y 19) con las funciones de estreno de la más reciente ópera del compositor mexicano Víctor Rasgado, La Muerte pies ligeros. Se trata ya de su cuarto trabajo en este género, precedido por las óperas Anacleto Morones, El conejo y el coyote, y Paso del Norte.
Hubo un tiempo, lejano ya, en que nadie se moría. La Muerte se asomó al mundo y vio que había demasiadas creaturas, y que la población crecía inexorablemente, y que ya no cabía nadie más en la Tierra. Entonces, se le ocurrió una idea genial: poner a saltar la cuerda a todos los animales (el Hombre incluido) hasta que murieran de agotamiento. Este es el centro narrativo de la ópera de Rasgado, basada en un libreto originado en textos de Natalia Toledo ilustrados por Francisco Toledo, y concebida especialmente para niños. El libro en que está basada la ópera recoge y sintetiza algunas narraciones y leyendas de tradición oral, y tiene su interés principal en el hecho de que no son muchas las instancias en las que los creadores tomen la iniciativa de hablar de la muerte a los niños sin caer en los extremos de la complacencia cursi o el tremendismo culposo.
Como vehículo de los textos de Natalia Toledo (revisados y trabajados también por el compositor), Víctor Rasgado ha compuesto una partitura apartada del discurso tonal tradicional, sin hacer concesiones ni subestimar la capacidad de percepción de niños y niñas. A pesar de que Rasgado no emplea los mecanismos tradicionales de repetición asociados con las formas y estructuras clásicas, su partitura para La Muerte pies ligeros sí contiene, sobre todo en sus primeras páginas, la reiteración de algunos gestos y giros que bien pudieran servir al público joven como anclas para seguir la continuidad del discurso sonoro. En lo escénico (dirigido por César Piña), el desarrollo de la historia está basado en la presencia de la Muerte (Benito Navarro), su socio, cómplice, o alter ego Mictlantecuhtli (Juan Carlos López) y un narrador (Marco Vinicio Estrello) cuya inclusión se antoja indispensable para clarificar al público poco experto las peripecias del argumento que no siempre quedan del todo claras en la línea de canto. Como complemento, una buena dosis de acrobacia en diversas modalidades.
Sin duda, hay sitio para crecer, pensando en futuras representaciones de esta interesante ópera de Rasgado-Toledo. Entre los puntos a depurar y calibrar están: un mejor balance entre los decibeles de la orquesta y los de los cantantes, lograr una más clara articulación en los textos cantados para beneficio de los jóvenes oyentes, y perfeccionar las rutinas acrobáticas para darle mayor fluidez y continuidad a la parte escénica de la ópera. Si bien es cierto que, más allá de estos asuntos perfectibles la ópera funciona bien en esta versión sinfónica (cuya disciplinada dirección concertadora estuvo a cargo de Pablo Varela), creo que resultaría muy interesante poder ver y escuchar La Muerte pies ligeros en su versión original (inédita hasta la fecha), concebida para un pequeño ensamble de cámara y un solo cantante.
Cabe señalar que el impulso original para la creación de La Muerte pies ligeros surgió de Francisco Toledo quien, muy satisfecho con el resultado de El conejo y el coyote, ópera de Víctor Rasgado también inspirada en su trabajo gráfico, procedió a entregar al compositor el libro en el que está basada la nueva ópera. Ahora bien, no seré yo quien revele por qué la Muerte anda con pies ligeros, ni qué tienen que ver en todo esto el chapulín y los zapatos del Hombre. Mejor, averígüelo usted mismo, lector, a la primera oportunidad en que La Muerte pies ligeros se represente cerca de usted. Y lleve a los chamacos, por favor. Se van a divertir.