ntrados en la Semana Santa, la visibilidad del papa Francisco irá creciendo junto con la leyenda del sencillo pastor llegado inesperadamente del fin del mundo
: la parafernalia creada por el Vaticano no tiene parangón, pero lo más importante es que más allá de los rituales, enmarcados por la belleza de la música sacra, la pintura de los grandes maestros y la exultante arquitectura de la ciudad, la Iglesia está definiendo las líneas de su futuro en este terrenal mundo, aunque lo haga en el estrecho molde medieval que define su tempo.
La renuncia de Joseph Ratzinger dejó poco a la imaginación y vino a ser una suerte de golpe maestro para sacudir una institución debilitada por dentro y por fuera. Así lo entendieron los cardenales en el cónclave al elegir al argentino Bergoglio, pues desde entonces no hay día sin que el nombrado Francisco dé sorpresas a propios y extraños. A pesar de su edad y del conservadurismo que lo identifica, al nuevo pontífice lo anima la vitalidad que se extrañaba en su antecesor. En respuesta, las señales de austeridad las recibe con entusiasmo una grey cansada de escándalos morales, ostentaciones de poder e inocultables manifestaciones de corrupción. A los católicos corresponderá hacerse las preguntas pertinentes en cuando a los asuntos de la fe, sin duda. Y ellos sabrán qué quieren del papa Francisco.
Sin embargo, como institución, la Iglesia no se limita al plano de la espiritualidad ni es ajena al mundo secular en el que existe. Por eso no extraña que las primeras preguntas o, si se quiere, las primeras especulaciones en cuanto al significado de tener por primera vez en la historia un papa latinoamericano (jesuita, por más señas) sean políticas. Bergoglio no consiguió evitar las críticas a su actuación bajo la dictadura militar, pero la respuesta vaticana fue rápida y eficaz, invocando testimonios de calidad que aparecieron subsumidos en las urgencias de la diplomacia de la hora. No obstante, voces como la del incorruptible Juan Gelman marcaron los campos, sin prestarse al juego del olvido o a navegar en la noche de los gatos pardos sin discernir entre verdad y responsabilidad.
Sin embargo, más que hurgar en el pasado del Papa, la especulación principal en algunos círculos latinoamericanos, sobre todo en los medios del cono sur, se refirió al futuro inmediato, a la búsqueda de la utilidad instrumental, política, de la elección. Contra la tendencia en curso a forjar el carisma de humildad de Francisco como el rasgo esencial del papado, algunos comentaristas proclives a la derecha liberal creyeron hallar un paralelismo entre la situación de Juan Pablo II en contraposición al comunismo, en particular en su natal Polonia, y la que hoy tendría en perspectiva el Papa de cara a los gobiernos populistas de la región. Con un importante matiz: según Roberto Guareschi, ex editor en jefe del Clarín, de Buenos Aires, por más de una década, “la llegada de un papa latinoamericano encuentra a los gobiernos populistas en un mal momento, disminuidos por la muerte de Chávez.
Francisco estaría preparado para cumplir con la tarea implícita en esa caracterización, pues Bergoglio siempre ha considerado a la política como parte importante de su sacerdocio
. Y el autor citado explica: Pocos años atrás quiso aglutinar a una buena parte de la oposición argentina, dispersa, sin imaginación y sin líderes. Quería crear un contrapeso a la hegemonía de los Kirchner, que han avanzado sobre el Parlamento y la justicia, y combatido al periodismo no oficialista, a la manera de otros gobiernos de América Latina.
Más allá de la impertinencia histórica, social, ideológica y estratégica de la comparación entre el derrumbe de la Unión Soviética y las realidades latinoamericanas, lo cierto es que ese enfoque de algún modo revela (o comienza a develar) cuáles son las inquietudes que en el fondo preocupan a ciertos sectores que hablan por las elites continentales.
En rigor, más que una hipótesis sobre el futuro, tales comentarios, atribuidos a expertos
cuyos textos se repitan en diarios de todas las capitales, son una carta de intenciones convertida en amenaza potencial para los gobiernos legalmente constituidos que intentan recorrer un camino distinto al aprobado a partir del llamado Consenso de Washington.
En el fondo, afirma Guareschi, el temor del gobierno argentino –y se sobrentiende, de otros países del cono sur– sería que un argentino muy poderoso sea un interlocutor preferencial de Washington y pueda incidir en Argentina y modificar relaciones de fuerza en América Latina
. Como Reagan con Juan Pablo II.
Por lo pronto, el papa Francisco visitará Brasil para tomar parte en la Jornada Mundial de la Juventud y ya ha anunciado que visitará su país al finalizar el año. Veremos si los pronósticos de la derecha tienen visos de convertirse en realidad, aunque se trate de la indebida injerencia de una potencia espiritual en crisis. Más que nunca hace falta separar la Iglesia del Estado.
PD. Como lectores contamos para comprender esos laberínticos procesos con el análisis siempre informado y juicioso de Bernardo Barranco, quien semanalmente nos ayuda a entender las complejidades de ese mundo y a quien reiteramos nuestro aprecio y solidaridad. La cancelación de su programa radiofónico, luego de 18 años al aire, es un oscuro nubarrón que mancha las libertades ganadas a pulso por hombres como él.