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Ver día anteriorJueves 28 de marzo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Tópicos energéticos
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a edición 2012 de las Perspectivas de la energía a nivel mundial de la Agencia Internacional de Energía advierte que cabe esperar un cambio de gran alcance en el mapamundi de la energía como resultado de la combinación de, entre otros, los siguientes factores: el repunte de la producción de hidrocarburos en Estados Unidos, derivado sobre todo de la producción de gas no convencional; la retirada de la energía nuclear en ciertos países, y el rápido y continuado crecimiento del uso de las tecnologías eólica y solar para la generación de energía eléctrica y otras aplicaciones. Conviene ver de cerca uno o dos de estos factores para comprender mejor el alcance de la alteración esperada en el sector de la energía a escala mundial y sus eventuales consecuencias para actores nacionales específicos. De ahí la actualidad e interés de estos tópicos energéticos.

El repunte de la producción de petróleo y gas en Estados Unidos es de reciente data, apenas de 2008-2009. Se dio en paralelo con la crisis financiera y económica global conocida como la gran recesión. Estuvo asociado sobre todo a tecnologías de exploración y producción que liberan petróleo ligero de formaciones compactas y al gas de lutitas. La muy útil Statistical review of world energy 2012 de British Petroleum confirma esta información y precisa que, por tercer año consecutivo, en 2011 Estados Unidos registró el mayor incremento entre los productores no-OPEP (+285,000 b/d), “impulsado por el fuerte y continuado aumento en la producción tierra adentro de shale liquids, con lo que la producción alcanzó su más alto nivel desde 1998”, es decir, en casi tres lustros. La continuidad de esta tendencia convertiría a Estados Unidos en el mayor productor mundial de petróleo en algún momento del próximo decenio, superando a Arabia Saudita, y en exportador neto hacia finales de los años 30, en el supuesto de que, ante la avalancha productiva, se eliminen las trabas a las exportaciones provenientes de las épocas dominadas por los temores sobre suficiencia y seguridad del abasto.

Es esta la transformación del mapa mundial de la energía que la AIE espera: la conversión en autosuficiente –e incluso en exportador neto– del gran mercado estadunidense, que ahora cubre con suministros importados una quinta parte de su demanda total de energía. De ocurrir así, habría multitud de otros cambios, entre ellos los conectados con el transporte transfronterizo de petróleo, que alterarían el balance global de riesgos geopolíticos. Recuérdese que el objetivo de la llamada independencia energética ha sido proclamado, con diversas retóricas, por todos los presidentes estadunidenses desde el 37, Richard Nixon. El actual, que acaba de dar su propio grito de independencia, es el 44.

No debe escaparse la ironía histórica de que eventualmente Estados Unidos alcance el rango de primer productor mundial de petróleo, en la época en que dejará de ser la mayor economía mundial, en términos de la magnitud del producto bruto. A consolation of sorts, podrían decir algunos en ese país.

Quizá la mayor polémica en materia de energía de estos últimos años, sobre todo en Estados Unidos, pero con ecos en todo el mundo, sea la que alude a lo que algunos consideran un nuevo recurso: el gas y el petróleo de lutitas. La polémica enfrenta a los partidarios de fomentar al gas natural como el combustible por excelencia de la transición energética, sucedáneo principal del petróleo y el carbón, con aquellos que subrayan los costos económicos, sociales y ambientales de convertir el gas de lutitas en el componente más dinámico de la acrecida oferta de gas natural y, al menos en los márgenes, de la oferta total de energía.

Al hablar de las perspectivas de que México se sume al auge del shale gas –para usar el lenguaje de los entusiastas proponentes–, parece darse por supuesto que se trata de un recurso tan nuevo y prodigioso que debe manejarse al margen de las disposiciones constitucionales y legales vigentes en materia de hidrocarburos, como si fuese algo diferente de lo que es: gas natural, proveniente, en todo caso, de formaciones geológicas sui generis.

Sin entrar en demasiados detalles, habría que decir que no son triviales las preocupaciones existentes sobre los costos muy elevados de la explotación del gas de lutitas, y aún más importantes, las preocupaciones ambientales, que tienen que ver, de manera principal pero no exclusiva, con la tecnología para su extracción: la fracturación hidraúlica. Un adversario del desarrollo del shale gas ha dicho que éste representa una bomba de tiempo climática. La AIE, a pesar de su entusiasmo por lo que llama una época de oro del gas, reconoce que “el uso y la liberación de agua asociada a la técnica de fracturación hidraúlica da lugar a una serie de preocupaciones ambientales, incluyendo el agotamiento de los recursos de agua potable y la posible contaminación de aguas superficiales y mantos acuíferos. [Además,] la producción de gas no convencional contribuye a la concentración atmosférica de gases de efecto invernadero y afecta la calidad del aire en las localidades productoras. En algunas circunstancias, la producción de gas no convencional puede resultar en mayores emisiones a la atmósfera de metano –un potente gas de efecto invernadero–, de componentes orgánicos volátiles que contribuyen a la formación de smog, y de bióxido de carbono, por el mayor uso de energía en el proceso de producción, comparado con la producción convencional”.

No siempre se menciona otro elemento que encierra un mayor riesgo: el desplazamiento de los proyectos de desarrollo de energías de cero carbono, tanto las de energía solar, eólica y otras fuentes renovables, como los de nucleoelectricidad. La perspectiva de una era dorada del gas, anunciada por la AIE y acogida con entusiasmo por la industria, se predica en precios relativos del gas natural –convencional o no– que alientan la sustitución del carbón y el petróleo, pero que también pueden significar el desplazamiento de las fuentes libres de carbono. Si esto ocurre, se tendrá una transición curiosa: de unos combustibles fósiles a otros combustibles fósiles, en condiciones en que no se ha aclarado ni medido el impacto ambiental de la explotación del gas no convencional, en especial del shale gas.

Como se advierte, hay muchas cuestiones que convendría aclarar antes de soltar amarras y lanzarse a recorrer el nuevo mapa mundial de la energía.