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a muerte proclama cada vez el final del mundo en su totalidad única, por tanto irremplazable y por tanto infinita. Como si la repetición del final de un todo infinito siguiera siendo todavía posible.
Geoffrey Bennington y el propio Jacques Derrida de inusitada escritura interna escriben simultáneamente, sobre el mismo tema. Bennington propone un intento de sistematización del pensamiento de Derrida, mientras éste habla de sí mismo, en un relato marginal que titula Circonfesión. Dicho libro se publicó en español (Cátedra) en 1994, 10 años antes de su muerte.
En ese texto, Derrida habla que Leit-motiv del relato es el tema de la agonía de la madre, a la que acompaña la evocación de la agonía de Santa Mónica velada por su hijo, el africano San Agustín, con cuya mirada cruzó en Toledo la suya Derrida contemplando El entierro del conde de Orgaz. El lector vuelve a constatar el significado que tiene la figura de la mujer en el programa desconstructor del logocentrismo y sus implicaciones de privilegio masculino que ha puesto en marcha Derrida, y evoca por su cuenta las páginas en que éste alude al tema de la Kora del Timeo platónico, la misteriosa matriz o estructura materna, anterior al mundo físico y al de las ideas, a las que sirve el molde… Ese que personalizó en algunos artículos.
Habla a su vez de la muerte, de una despedida, de un fin de mundo
. Aborda el deceso de su madre: “Corrimos, pero ella había recobrado rápidamente el sentido; nos vio a mi hermano y a mí, de pie junto a ella, y os dijo, con el aire de quien busca algo ‘¿Dónde estoy?’ Después, posando su mirada sobre nosotros, invadidos por la tristeza: ‘Enterrad aquí a vuestra madre’, declaró. Yo me callé y contuve mis lágrimas”.
Derrida se pregunta por qué consigna estas palabras, las últimas frases de su madre, en el libro que escribe. Pronto se da cuenta del efecto que sobre él tiene el hecho de saber que la madre no volverá a ser nombrada: “pero ya incapaz de recordar, en todo caso de recordar mi nombre que se ha vuelto para ella, al menos, impronunciable, y escribo esto cuando mi madre ya no me reconoce (…) ya no tengo nombre”. ¿Cada vez única, simulacro de desaparición, especie o preámbulo de fin del mundo?
Más adelante en su Circonfesión, Derrida menciona una frase que su madre emite (prácticamente en agonía) tengo ganas de matarme
a lo que Derrida agrega “esa es una frase mía, soy yo clavado, pero sólo yo la conozco, la escenificación de un suicidio y la decisión ficticia, pero tan motivada, convencida, seria, de poner fin a mis días, decisión constante renovada, ensayo que ocupa todo el tiempo de mi teatro interior, la representación que me doy sin descanso, ante una multitud de fantasmas, un rito y una efusión que conocen pocos límites en la medida en que tiene garantizada la invisibilidad (…)”
La única certeza que tenemos en la vida es la muerte, quizá pensar en ella pueda darle un poco más de sentido a lo efímero de la vida. Si sabemos verlo, tanto Freud como Derrida han sido verdaderos reconstructores de la metafísica fonologocéntrica y, por tanto, encontramos coincidencias en ambos pensadores. En cuanto al contexto, para ninguno de los dos es algo fijo e inamovible. Es más que eso, es una complejidad extrema.
Bennington, citando a Derrida, escribe: Siempre se puede citar fuera de contexto. Es más, se cita siempre, por definición, fuera de contexto. Ninguna necesidad natural impide que cualquier enunciado sea sacado de (su) contexto e incorporado a otro. Una vez más es la escritura la que mejor ilustra esta propiedad general del lenguaje: lo que se escribe está, por definición, destinado a ser leído en un contexto diferente al acto de inscripción lo escrito rompe de entrada con su concepto de (producción) y con todo contexto de recepción determinado
. De aquí se desprende que no puede el contexto de producción, como único contexto pertinente, pasarse por alto la existencia de los contextos múltiples.
Al respecto, Bennington puntualiza: “Los estudios positivos sobre la recepción de tal o cual obra en tal o cual época, por muy iluminados y clarificadores que sean respecto a una insistencia anterior sobre el contexto de producción como único contexto pertinente, no pueden concebir la contextualidad en general que, en dichos estudios, funciona como un mecanismo cuya lógica se ha comenzado a esbozar.
“Un enunciado que no pudiera citarse en otro contexto no sería tal, porque un enunciado no existe más que por la posibilidad de repetición en la alteridad –la iterabilidad–, sobre la que ya se ha insistido para el signo en general. Se puede (citar en otro contexto), más que (citar fuera de contexto), para señalar que siempre hay contextos.”
Si seguimos la lógica de la huella no es posible pensar la idea de un signo fuera de contexto; sin embargo, lo que sí se posibilita es pensar en contextos muy abiertos, así como nosotros estamos en el lenguaje antes de hablar.
Todas estas ideas son transpolables al pensamiento y al entendimiento de aquello que sucede en el ámbito del quehacer sicoanalítico.