Opinión
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Estampas de un 10 de junio
E

n algunos pasajes, los colores del documental son inesperadamente nítidos. O será que Youtube contagió la frescura a los viejos carretes (¿16? ¿súper 8?) en los que se registró la infamia del halconazo. De no ser por los vehículos que se observan en el fondo de las escenas y por la ropa, los uniformes y el equipo de los granaderos, los muchachos que marchan con temor y esperanza en la mirada, y las brutales agresiones de que fueron víctimas momentos más tarde, habrían podido ser videograbados ayer. Hubo cerca de 120 muertos, dicen, pero en aquel México de Echeverría, como en este México de Calderón, no había forma precisa de contar a los muertos. Los esbirros del régimen priísta irrumpieron en hospitales y remataron allí a varios estudiantes heridos.

Pero no. La sordidez del ataque de hace 41 años contra los estudiantes contrasta sobremanera con lo que ocurre hoy. Los estudiantes contemporáneos –flanqueados, alentados y admirados por los estudiantes de aquel entonces, por los de generaciones intermedias y por quienes nunca pudieron serlo– marchan en sus ciudades y por sus calles, y exigen la democracia efectiva que el grupo en el poder ha escamoteado al país. Este domingo la demanda se multiplicó en decenas de ciudades y en los ojos había esperanza, pero ya no rastros de temor. Salvo por escaramuzas aisladas y provocaciones de poca monta que protagonizan sus simpatizantes y que ordenan sus operadores, acaso ignorantes del daño que causan a su jefe, el heredero del tricolor no consigue intimidar, o bien el miedo le resulta contraproducente: ante la posibilidad de una restauración priísta, muchos ciudadanos han respondido al llamado de los jóvenes y se han volcado a las calles para demandar que se desactive uno de los mecanismos fundamentales de la hasta ahora perpetuidad antidemocrática: la suplantación de la voluntad popular ya no por el índice presidencial, sino por el pulgar televisivo.

El movimiento #YoSoy132 nació la noche del 10 de mayo, en el Zócalo, durante el concierto de Paul McCartney, cuando unos priístas incautos agitaron un trapo con propaganda de Peña Nieto frente al toro bravo de la multitud; la mañana siguiente el candidato del régimen fue repudiado en la Ibero; dos días más tarde, ante las amenazas y las descalificaciones priístas, el movimiento se bautizó a sí mismo y ayer lunes llegó a su primer mes de vida. En ese lapso ha logrado muchísimo: arrinconó a una candidatura que a ojos de muchos parecía invencible, obligó al duopolio televisivo a abrir espacios –así fuera en una medida de control de daños– y a transmitir el encuentro entre candidatos presidenciales en los canales de mayor cobertura. Además, se dotó de demandas claras, realizó asambleas bien aceitadas, se ha mantenido inmune a los intentos de manipulación y ha conseguido hacerse de una marcada simpatía en el grueso de la población.

Por la noche, el llamado debate acaparó la atención social. Mucha de ella se ubicó en el Zócalo capitalino y en otros espacios públicos para seguir la presentación televisiva de los candidatos. Pocas sorpresas hubo en la pantalla: cero debate en materia de propuestas, ataques personales al resto a cargo de Josefina Vázquez Mota –ella misma confirmó de esa manera su consolidación en el tercer sitio– y un Felipe Calderón tocado por la soledad y el abandono que optó por meterse al debate por la puerta de Twitter.

López Obrador transmite mayor serenidad y solidez en sus espots que desde Guadalajara. Más intimida Peña Nieto en los suyos que en el antidebate soso y aburrido de anoche. Vázquez Mota comunica mejor su desolación y su vacío cuando no está rodeada por sus rivales ni transmitida en vivo.

Una de las paradojas del día es que la televisión privada abrió sus cámaras al encuentro realizado en la Expo Guadalajara justo cuando la señal televisiva dejó de ser indispensable. Lo más importante del cotejo entre aspirantes no fue lo que se dijo en él, sino la atención y los espacios que obtuvo, gracias en primer lugar al movimiento #YoSoy132. El domingo, millones de ciudadanos querían ver un contenido específico en la tele y lo lograron. Tal vez sus movilizaciones hayan sido más relevantes para la elección próxima que lo que vieron en las pantallas. Acaso lo que ocurre en las calles empieza a ser más definitorio que lo que sucede ante las cámaras. Parece ser que el poderío de los sets televisivos se encuentra en declinación, que la vida esté en otra parte y que el 10 de junio no se olvida.

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