rancia representa, en medio de la crisis, un estado de ánimo. Las elecciones presidenciales que se celebran este domingo pueden marcar los acontecimientos para toda la región. Si, como se predice y las encuestas lo aseguran, gana el candidato socialista François Hollande. Su elección sería un varapalo a la alianza Merkel-Sarkozy. Si nos creemos los discursos de Hollande, asistiríamos a un cambio en la estrategia para salir de la crisis. Las privatizaciones, la desregulación y las políticas de austeridad fundadas en recortes y el credo del déficit presupuestario dejarían paso a una idea de crecimiento económico sustentado en políticas públicas generadoras de empleo y riqueza. Sería rescatar a Keynes y enviar a las catacumbas a los defensores de Hayek.
Francia está en el punto de mira, se juega más que una elección local. Las repercusiones, al menos en el corto plazo, traería consigo el retorno de un discurso socialdemócrata, ciertamente desgastado, pero en Francia, con un recorrido mayor que el de su portavoz en España, Rodríguez Zapatero. Ejemplo de mal hacer, que Sarkozy no dudó en utilizar para desacreditar a su contrincante en el último debate televisado. Si nos atenemos a los hechos, los resultados electorales en Francia siempre han tenido impacto en la Unión Europea. El ejemplo más reciente fue el batacazo de los acólitos de la Constitución europea. Los ciudadanos franceses se decantaron por un no rotundo. El resultado obligó a cambiar el rumbo. Cariacontecidos los socios comunitarios optaron por no sufrir nuevas derrotas y batirse en una retira honrosa, salvar el espíritu de Maastricht con un sucedáneo, el tratado de Lisboa
. No cabe duda que la defensa de un Estado y una educación pública laica y de calidad se han convertido en un referente para otros países fronterizos. No dudamos que también lo ha sido en sentido inverso, pero los grandes logros de la revolución francesa siguen guiando el hacer de sus presidentes, al menos si exceptuamos la derecha xenófoba y racista de Le Pen.
En el contexto señalado, un triunfo de Hollande pilla a contrapelo el itinerario seguido y marcado por los organismos internacionales, sea el G-8, el G-20, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o el Banco Central Europeo. Un discurso etiquetado como desarrollista constituiría un revés difícil de asimilar; más aún, cuando el mensaje lanzado de manera hegemónica trata de convencer a tirios y troyanos de los efectos positivos en el medio y largo plazo, para la región y el resto del mundo, de los recortes en educación, sanidad y derechos laborales, armada insignia de las reformas laborales y planes de ajustes.
Grecia, Italia, Portugal, Irlanda y España se han transformado en casos paradigmáticos. No hay día en el cual no sean noticia en los medios de comunicación y siempre por los mismos motivos: aumento de la conflictividad laboral, huelgas generales, desempleo crónico, suicidios de jubilados y empresarios en quiebra o un crecimiento exponencial de las desigualdades y la exclusión social. A sus gobiernos se les exige cumplir a rajatabla con el recetario neoliberal. Recortar todo lo recortable, empezando por prestaciones sociales, y obtener más ingresos instaurando el copago sanitario y la subida del IVA. El fin, reactivar el consumo calmando el estrés de la banca privada y trasladando confianza a los mercados. Sus gobiernos, no todos salidos de unas elecciones democráticas, se han comprometido con este ideario. Sus planes de austeridad no dejan títere con cabeza.
Si efectivamente el candidato socialista François Hollande logra el triunfo, cuestión que parece muy probable, en tanto cosecha adhesiones provenientes de la izquierda comunista, además del llamado centroderecha, cuyo representante más preminente, François Byrou, con 9.1 por ciento de los votos en la primera vuelta, declaró públicamente que votará personalmente por él
, Francia se convertirá en un laboratorio político. Ojalá las declaraciones de Hollande no sean un mero recurso de marketing y lo abandone una vez logrado su objetivo. No albergo muchas esperanzas, sin embargo no cierro la puerta a las sorpresas. Será cosa de esperar, tal vez sea la última oportunidad para que la socialdemocracia francesa se redima de sus fracasos y suponga un freno al neoliberalismo. Démosle el beneficio de la duda.