esulta estimulante que en una época en que la frivolidad y el pragmatismo deparan al cine el propósito de distraer y entretener como condiciones únicas para su supervivencia, sea tan ampliamente reconocida una película iraní cen-trada en una exploración detallada y perspicaz de dilemas morales.
Una separación, del realizador Asghar Farhadi, tiene como punto de partida la decisión de una mujer, Simin (Leila Hatami), de abandonar Irán para procurarle a Termeh (formidable Serina Farhadi), su hija de 11 años, una educación distinta que –sin que el realizador necesite precisarlo– podemos imaginar libre de prejuicios y prohibiciones religiosas.
La película inicia con Simin y su marido Nader (Peyman Moadi) explicando a un juez las razones de su separación. Para salir del país, la esposa requiere del permiso del marido o, en su defecto, tramitar un divorcio. Sin un conflicto conyugal de por medio, la pareja decide separarse por razones prácticas. Nader no puede viajar, pues debe cuidar a su padre aquejado de Alzheimer y la visa de salida de la pareja expira en unos cuantos días. La decisión inamovible de Simin de abandonar el hogar y buscar nuevos horizontes a lado de su hija, precipita un drama bastante enredado que involucra a nuevos personajes.
Algo característico en el cine iraní reciente es presentar un hecho en apariencia trivial como detonador de situaciones dramáticas que en su desarrollo ilustran contradicciones sociales y conflictos políticos y/o religiosos. Algo también típico es el modo discreto y contundente con que los realizado- res suelen burlar la censura exponiendo en filigrana una problemática muy seria que el espectador local, y con algún esfuerzo el público occidental, puede redondear y ampliar con su propia percepción y deducciones a partir de pistas narrativas muy escuetas.
Resulta paradójico que mientras Una separación es premiada en Berlín y Holly-wood por el manejo de un debate moral en un juzgado iraní en torno a la responsabilidad de una pareja que al separarse ocasiona indirectamente un crimen, esos mismos juzgados condenan a la cárcel o al arresto domiciliario a varios cineastas críticos por denuncias más abiertas del mismo autoritarismo, como en el caso que ilustra Esto no es una película, notable documental de Jafar Panahi, realizador de El círculo (2000) y El globo blanco (1995).
Las cuestiones que aborda Una separación revisten una gravedad considerable en una sociedad marcada por el integrismo religioso. Se habla abiertamente de divorcio y de aborto y también de la decisión muy autónoma de una mujer de educar a su hija en un país indeterminado, lejos de una sociedad intolerante. Se alude también a un conflicto de clases que permite a la pareja de clase media liberarse hasta cierto punto de los prejuicios ancestrales, mientras las clases desfavorecidas quedan atrapadas en el círculo del prejuicio generalizado.
La película opone así a dos parejas enfrascadas en un pleito legal por la responsabili- dad de un aborto accidental, y se presenta a una niña y a una adolescente como testigos inermes y atribulados de la problemática social y religiosa.
Un tema de la cinta es la dificultad de mantener nociones de lealtad en un orden social opuesto al libre albedrío. Lealtad conyugal frente al imperativo del exilio, lealtad filial para proteger la inocencia de un padre inculpado, lealtad hacia un dogma religioso que obstaculiza la sinceridad y orilla a un falso testimonio. También el empeño por arribar a una dignidad moral en contra de vientos y mareas.
En esta cinta sin héroes ni villanos, un dilema moral, fincado en una duda dolorosa y corrosiva, se vuelve pieza central del engranaje narrativo. El desenlace del drama intricado sólo puede ser abierto, pues la película no denuncia ni pontifica, sólo ilustra con brío e implacable sutileza las vacilaciones y temores de ciudadanos a merced del capricho autoritario vuelto institución político-religiosa.
No sabrá la joven Termeh, hija del atribulado Nader, si la terrible suerte de su padre ha sido consecuencia de la decisión de la madre empeñada en abandonar el país o de la situación que en ese país impera y que la obliga a actuar de tal manera. La duda persistirá en el ánimo de los protagonistas y posiblemente también de los espectadores. Esa duda, atizada con maestría narrativa, confiere a la cinta una originalidad y una distinción muy atendibles.