on las armas echadas al hombro, el panismo busca fugarse de su actualidad guerrera, desgobierno y escurridiza moralina. Los priístas, por su lado, se afanan en proyectar una imagen de modernismo y cambio que contrasta, hasta de manera grotesca, con su inveterada inclinación por los apañes, dispendios y las maniobras tras bambalinas. La burocracia perredista, encumbrada a golpes de tribunales de consigna, se empeña en insuflar, junto con sus aliados en el poder federal, un disfraz aliancista que deslava su ya de por sí confuso perfil de izquierda. El proceso, que se entroniza con tupidos brochazos publicitarios, es todo un fenómeno colectivo en busca de identidades a modo. La estela que queda en medio de la polvareda refleja las incapacidades de una elite política por completo distante de la ciudadanía, sin proyecto o ambición, digna de un pueblo angustiado, bueno y trabajador.
La ruta que se persigue con intransigencia cupular no podrá menos que desembocar en un malentendido épico. El desarreglo se llevará, atado a sus costillas, enormes tajadas adicionales del vapuleado bienestar colectivo. El juego de espejos, que se ensaya con fruición desde las cumbres del poder establecido, muestra claras fatigas acompasadas, ahora, por furias de una ciudadanía dejada, sin mayores consideraciones, al garete de sus propias capacidades. ¡Cada quien para su santo!, parece reverberar ante tan aguda indiferencia de los partidos políticos. ¡Sálvese el que pueda!, sin importar los medios que se usen ante la ineficacia y las pocas respuestas que emanan de las instituciones. Afuera, en el caliente descampado, el panorama es, a veces, aterrador. Pocas salvedades que narrar. Las alternativas se centran, al parecer, en blindajes para circular, en fortificaciones donde habitar, rostros acicalados para ser votados y, para los más desvalidos, el cruento destierro.
La propaganda ha caído a plomo sobre la conciencia de los mexicanos. Golpe a golpe ha sembrado un horizonte de preferencias plagado de floridos espejismos. El duopolio televisivo apabulla a cualquier vecino distraído y le inocula sus concentrados intereses. Juega, al mismo tiempo, con la indiferente ausencia, el ninguneo para con aquello que hace peligrar sus ilegítimos privilegios. Ante el empuje y la congruencia del movimiento popular que encabeza Andrés Manuel López Obrador, han decidido sacarlo de sus pantallas, sin más legalidad que la que exudan sus caprichosos directivos. Simplemente, piensan, tal movimiento (Morena) no existe por así convenir a sus intereses y porque así lo decretan, en conciliábulo, sus asociados. Es una decisión tan corta, tan simple como apretar un botón, cambiar imágenes y pasar al idiota olvido. Sus cautivas audiencias no recibirán noticia alguna de las masivas, entusiastas e indignadas concentraciones que se dan, en sucesión inacabable, en todas las ciudades del país. Sin embargo algo, o todo, se mueve y lo hace por propia y compartida iniciativa. Saldrá a la luz, se espera, porque es la única alternativa a la actual tragedia. Intentar recuperar la identidad de la izquierda, que se delinea a partir de la igualdad, es el motor de su accionar. Morena es una formación política que trata de lograr su plena autonomía de los poderes fácticos ahora dominantes.
La plutocracia no ha perdido el tiempo en escaramuzas. Apenas despertaba el segundo sexenio panista se dieron cuenta del craso error cometido al imponer al señor Calderón. Apuntaron de inmediato sus baterías al repuesto y lo han nutrido de cuidadas poses, recortadas frases de relleno, ausencia total de crítica y ningún horizonte o compromiso, personal o partidario, que huela al mínimo decoro. En verdad labraron el pedestal con un esmero digno de las utilidades acumuladas en el proceso de tan cínica venta de ilusiones. Poco importará si el futuro acarreará otro sexenio de miserias, violencia y cerradas oportunidades para las masas, ya depauperadas en exceso. La plutocracia, como en el doble sexenio panista, seguirá pregonando fórmulas estructurales para profundizar el saqueo. Y, por si fuera conveniente, han preparado las reglas, los usos, las leyes para utilizar la fuerza armada con una legislación apegada a sus sentimientos de propia seguridad.
Pero la historia no siempre sigue al pie de la letra los planes y las estrategias de guías o mentores abusivos. Los candidatos se deshacen y las seguridades se evaporan con inaudita rapidez. Un solo toque de realismo los ahuyenta o noquea. Los priístas ya no pueden seguir tapando sus complicidades y sus trasteos de negociantes, ya conocidos en demasía. Los panistas, conjuntan un tropel de figuras casi aleatorias y se disponen a disputar los lirones de simpatías que aún les quedan. Confían en la plataforma de recursos federales y el beneplácito de una plutocracia que ya les huye y desprecia.
Tal y como lo hacen en el estado de México, los priístas y, en realidad sus aliados y patrones, han montado todo un circo de varias pistas. En la del centro tienen a Eruviel, el líder carismático irresistible. El del 50 por ciento o más de los electores que se desgranan por imitarlo. Lo rodea todo el séquito de ayudas que lo catapultan, día con día, al ánimo de encuestados. El atractivo es irresistible para cualquier mortal. Los mexiquenses están condenados, según encuestas diarias, a convivir con tal hombre de fuego. Salió desde abajo, lo alentaron los premios y caramelos de su mentor (Montiel) y llegó, vía la política de gran calado, al éxito donde moran los que la hacen. Abajo quedaron los remisos, los irredentos que no la hicieron, los que no tuvieron la visión para optar por los debidos escalones a subir. Una versión pedestre del profesor Hank González y sus taoístas prédicas para los políticos pobres y los pobres políticos.
La izquierda, mientras, la del pueblo raso, la de las plazas, la justiciera, sigue aferrada a encontrar la ruta para que éste, su país, con todos y sus parias adentro, vea una luz, aunque sea lejana y dolorosa, que lo guíe para salir de la permanente crisis que le imponen. Para ello requiere una izquierda idéntica a sí misma, plural, indignada y generosa.