Mi felicidad
iaje al fin de la noche. En su primer largometraje de ficción, Mi felicidad (título de ironía demoledora), el documentalista ucraniano Sergei Loznitsa conduce al espectador, de modo pausado, con meandros inesperados, saltos temporales y digresiones caprichosas por un territorio rural inhóspito que es metáfora elocuente de la desolación espiritual que percibe en la Rusia de hoy. Georgy (Viktor Nemets) trabaja de transportista y en uno de sus recorridos se desvía para internarse en rutas, calles y pueblos abandonados que semejan una tierra de nadie en la que coexisten mafiosos de altos vuelos con delincuentes de poca monta, prostitutas adolescentes y aduaneros corruptos, algún viejo militar que sin invitación se trepa al camión del joven para contar su propia historia de horror en el terreno de una batalla estalinista.
El filme de Loznitsa registra así la sórdida realidad actual entreverándola sugerentemente, con el pasado soviético, tan prolijo en actos de heroísmo y estulticia, con sus gestas bélicas y sus promesas de porvenires radiantes, traicionados todos por la burocracia y el cinismo totalitario.
La cinta se inicia con la imagen de un hombre sepultado a paletada limpia en un charco de lodo, sin explicaciones, como una instantánea de la brutalidad y prólogo elocuente de una narración a salto de mata que se encamina hacia nuevas atrocidades. El espectador que tranquilamente se dejaba conducir por Georgy a través de este territorio perturbador termina como él, extraviado y confuso, atento a un gesto de humanidad que nunca llega, avizorando incrédulo los desbordamientos de crueldad y corrupción que despliega una galería de personajes fantasmales, sin asideros ideológicos o espirituales.
Para retomar un lugar común, la visión es dantesca; para situar mínimamente lo que propone Loznitsa habría que recurrir a las visiones sulfurosas de Michael Haneke en El tiempo del lobo (2003) o al escepticismo poético de Alexander Sokurov.
Hay en Mi felicidad un lirismo sórdido de road movie radicalmente desencantado, con espacio sin embargo para toques humorísticos que aluden a la penuria económica de la provincia rusa, a la escasez de combustible, a la pobreza y abandono, en una ruta de escombros y ruinas humanas. Un personaje dice a otro: Tu negocio se derrumba, está en llamas; requiere reparación, cambios
. Al cabo de una pausa añade con desparpajo: Pero a final de cuentas de qué diablos sirve hacer algo
. Ese negocio en quiebra es todo un país, contemplado en la espiral de su historia reciente y su realidad actual.
Mi felicidad es un primer largometraje desprovisto de ilusiones, dueño de un implacable vigor crítico y una inspiración artística que augura trabajos todavía mayores.