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Guerra a Libia
En Misurata no nos rebelamos por ser pobres, sino porque queremos libertad: combatiente
The Independent
Periódico La Jornada
Miércoles 13 de abril de 2011, p. 30

Misurata, 12 de abril. Una tarde antes, debatían con pasión sobre la forma que adoptaría una nueva Libia democrática. Este martes volvieron a combatir con intensidad para mantener vivo ese sueño de transformación, calle por calle, metro a metro, en el sangriento corazón de Misurata.

La ferocidad e intensidad de la lucha en esta ciudad del oeste, que se ha vuelto símbolo del desafío y la determinación de la revolución, no han aflojado. La breve calma de una mañana de sol y brisa se vio pronto resquebrajada por el retumbar de los misiles de las fuerzas de Muammar Kadafi. La respuesta, prolongados traqueteos de ametralladora, vino minutos después, seguida por el estruendo de los aviones, indicio probable de que la OTAN ha intensificado su campaña militar.

Sin embargo, la verdadera violencia se desenvolvía en el centro de la ciudad, en la calle Trípoli, que se ha vuelto arena de los choques entre enemigos poseídos de un odio implacable. Parte de la vía pública es un callejón de francotiradores del régimen, en el que los civiles, entre ellos buen número de niños, han sido abatidos. Otros sectores son zona libre para ambos bandos y los edificios cambian de manos una hora tras otra.

Sin apartar la vista de un trozo de espejo colocado en una pared baja para advertir de un acercamiento de las tropas de Kadafi por la retaguardia, Omar Hassani se quedó pensativo.

“Ayer nos sorprendieron en este punto. Rodearon por calles laterales y no los vimos hasta que estaban muy cerca. Abrieron fuego desde tres direcciones y tuvimos que retirarnos –relató–. Dos de los nuestros no pudieron escapar; los mataron.”

Mientras hablaba, unas granadas lanzadas con cohetes se estrellaron a 500 metros y derribaron lo que quedaba de la fachada de una tienda. Otras volaron alto y fueron a dar más lejos, con golpes sordos al caer. Viendo que los del gobierno fallaban, Omar Hassani cobró valor y, haciendo señas a un grupo de seis compañeros para que se acercaran, describió un movimiento para cruzar un paso estrecho hacia un bloque de departamentos que les daría una posición aventajada.

“Soy arquitecto, no sé de estrategia militar. Intentamos cosas y la mayoría de las veces funcionan –comentó, extendiendo las manos en ademán de disculpa–. Pero si sale mal y algo les ocurre a esos muchachos, será mi culpa.”

Omar Hassani y sus hombres salieron corriendo y tras una breve escaramuza lograron su objetivo: la posición del régimen quedó en silencio. La maniobra se realizó con fluidez y destreza. Su actuación estaba en marcado contraste con el desempeño de los combatientes rebeldes en sus bastiones del este del país, cuyas acciones se han caracterizado por la incompetencia y la proclividad a retirarse aterrados al primer indicio de fuego enemigo.

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Rebeldes libios en las afueras de AjdabiyaFoto Ap

Mientras devoraba un almuerzo de espaguetis, Omar Hassani trató de mostrarse diplomático hacia sus aliados del este. “Creo que usan tácticas diferentes. Además, tienen hacia dónde replegarse: pueden retroceder hasta Bengasi si es necesario, tal vez hasta Tobruk.

Aquí no tenemos esa opción. No hay para dónde correr: estamos entre Kadafi y el mar. Misurata es nuestro hogar. Si cae, Kadafi nos matará de cualquier forma, así que debemos aprender a sobrevivir.

En el oeste, la revolución libia es dispar también en otros aspectos aparte de la aptitud de combate. En el este algunos de los agravios hacia el régimen son de carácter económico: un profundo resentimiento por la pérdida de una parte de la riqueza petrolera, que se ha traducido en subdesarrollo. Misurata, la tercera ciudad de Libia, distante unos 240 kilómetros de Trípoli, ha sido relativamente próspera, con fuerte tradición mercantil y una de las tasas de alfabetismo más altas del país.

“En Misurata no nos rebelamos porque fuéramos pobres. Nos rebelamos porque queremos libertad –expresó Abdulá Mohamed, ingeniero que regresó de Liverpool para unirse a la revolución–. Algunos hemos tenido la suerte de viajar al extranjero, de ver gente que puede decir lo que quiere y pensar con libertad. Eso intentamos lograr aquí. No podemos dejar que nuestros hijos pasen otros 40 años de esto, de que después de Kadafi venga uno de sus hijos.”

Misurata ha pagado un alto precio por su acto de rebelión. En toda la ciudad hay edificios dañados por armas pesadas. La cifra de muertos es de más de 600, y unos 3 mil heridos.

“Ha sido muy duro. Muchas familias han sido afectadas aquí; casi todos conocen a alguien que ha sufrido –señaló Ashraf Ibrahimi, otro combatiente rebelde–. Nadie en el mundo exterior había oído hablar de Misurata; ahora saben de nosotros y esperamos que no nos olviden. Esperamos que se den cuenta de que aquí intentamos hacer lo que se debe, y que no tenemos otra opción si queremos vivir como seres humanos.”

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya