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Los pocos visitantes es lo que nos está matando, no la influenza, dijo un comerciante

La contingencia sanitaria transformó el habitualmente concurrido Zócalo del DF
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Dos mujeres rezan en la plancha del Zócalo capitalino, luego de que la Catedral Metropolitana suspendió sus misas dominicalesFoto Ap
 
Periódico La Jornada
Lunes 27 de abril de 2009, p. 16

La avenida Reforma, una de las principales de la ciudad de México, cambió este domingo de contingencia sanitaria. Sin el bullicio de los cientos de familias en bicicleta, patines o simplemente caminantes, la vida cotidiana dio un vuelco.

Desde la plaza del Zócalo capitalino hasta el Museo de Antropología e Historia y el también tradicional parque Rosario Castellanos –a espaldas de la zona hotelera de Polanco–, los vendedores ambulantes vieron mermados sus ingresos, y quienes viajaron en los Turibuses contemplaron calles semivacías, con algunas parejas de jóvenes y familias.

En el costado oriente de la Catedral Metropolitana, los concheros llegaron como cada domingo a realizar sus largas danzas, pero ayer no tuvieron las miradas de admiración de los turistas nacionales o internacionales. Los vendedores ambulantes se distraían lanzándose albures, otros no podían ocultar el aburrimiento.

Como si sólo esperaran la caída del atardecer en el Zócalo capitalino –al igual que los vacacionistas en una playa–, algunas personas se sentaron a la orilla de la banqueta de la sede del Gobierno capitalino.

En la Alameda, hacia el mediodía, se extrañó a las parejas de trabajadoras domésticas, a los albañiles, a los obreros. Hay poco movimiento, esto de la influenza nos está quebrando y no la salud, dijeron algunos vendedores de dulces, rebozos y discos piratas. La algarabía llegó hacia el atardecer: olvidando la contingencia sanitaria, cientos de jóvenes bromearon, buscaron pareja y se quitaron los tapabocas.

Las rejas de Chapultepec cerradas y las callejuelas desiertas, la falta de los voladores de Papantla en las cercanías del Museo de Antropología e Historia, y la ausencia de movimiento en los accesos de los museos Rufino Tamayo y de Arte Moderno fueron parte del panorama que se extendió hasta el parque Rosario Castellanos, en cuyo estanque cada domingo se dan cita niños y adultos aficionados a navegar al menos con lanchas a control remoto. Y en donde, sin ser Semana Santa, se podía encontrar lugar para estacionar el automóvil o bien patinar sin peatones a quienes eludir.