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Bruno Widmann: lenguaje y figuración*
Miguel Angel Muñoz
Claroscuro |
Dos actitudes pictóricas me parecen sorprendentes en la obra del pintor uruguayo Bruno Widmann: su redescubrir el lenguaje estético –configuración de signos–, y ejercer en la figuración la forma de contemplar y valorar la pintura. Sus grandes telas no tienen tiempo ni espacio, de ahí que las atmósferas que crea se parezcan al mundo desconocido de los sentidos: figuración, desfiguración, metamorfosis; pintura inmóvil que guía múltiples laberintos.
La búsqueda pictórica de Bruno Widmann es radical, establece un diálogo poético esclarecedor. Asume riesgos, llega al límite del vacío en la figura y, al mismo tiempo, la transforma. Quiere mostrar, o mejor dicho, dejar que la misma pintura se muestre tal como es, con su incomprensibilidad, su arbitrariedad y su sinsentido, o con un significado tan escondido y agazapado entre los intersticios de la realidad, que apenas pueda reconocerse. Es decir, Widmann es su pintura, su visión del tiempo, las relaciones entre forma y color, sensación y volumen.
La trayectoria de Widmann en América Latina es fundamental; ha venido construyendo desde los años setenta un lenguaje indiscutible. Hay que asociarlo más con una actitud poética-pictórica que con cualquier ruptura estética, y con posturas objetivas ante la obra de arte. Pintura que somete el acto plástico a una serie de investigaciones entre la figura, las líneas y los espacios. En la temprana fecha de 1963, Widmann iniciaba su actividad como "pintor profesional". Esto significa que, en su caso, la explosión creadora personal se desarrolló siempre en perfecta armonía con el estudio de lo que significaba el nuevo lenguaje de vanguardia y el diseño de un, a su vez, renovado método del arte. Widmann fue uno de los pocos artistas que prefirió trabajar en y desde Montevideo, Uruguay, convencido de que ese es el mejor camino para la modernización estética de su país.
Desde las perspectivas que abren las obras de Widmann podemos percibir un sentido doble: su animada voluntad por la figura y la oscilante geología por las atmósferas. En otros lienzos aparecen formas más líricas que son resultado de su exaltación por el lenguaje. Quizás este acto es, como decía Matisse, más de sensualidad que de racionalidad, lo cual da en momentos un equilibrio plástico más libre. Sólo que la libertad no es rigor, es fantasía propositiva: signo: constelación y, asimismo, la exploración de estos mundos que descubren otros, más secretos, que son puntos de partida. De ahí su afán de pureza pictórica: el arte es un mero acto de comunicación, pero la pintura crea dimensiones que son inéditas.
Estas miradas continuas lo han lleva a una pausa y a una obstinada experimentación pictórica. Descubrir el secreto de las texturas y la composición. Estos dos elementos tienen en la pintura de Widmann una estructura común que los vuelve cómplices. Pasión crítica por la materia. Conjunción en momentos poética y en otros simplemente pictórica. Su pintura es arte intemporal, arte del espacio, y Widmann lo sabe, por ello sus grandes lienzos no tienen tiempo ni espacio, expresan formas contradictorias: buscan un significado. No quiero postular conclusiones sino arriesgar interpretaciones. Widmann busca, propone, explora, divaga. La paleta demuestra una ferocidad que celebra ante la tela, que devora al espectador. Su lógica es auténtica y justificada. No obstante, es deslumbrante. Es unión: delirio de la razón. Evoca, engendra, aborta mundos. Signo que encuentra sentido en la figura, cuya estructura se transforma en demoníaca. Creo que Widmann es cercano a una concepción circular y propia de la existencia más que a otra meramente utópica, quizá por ello me parece más próximo a la obra de Franz Kline, Willem de Kooning o Esteban Vicente, quienes concebían el espacio, el tiempo y la casualidad como piezas clave de su obra; esto Bruno Widmann lo observa como motor de la diversidad que otorga el conocimiento de la pintura. Voz crítica de su propio trabajo o proyecto estético.
Sus figuras y las atmósferas extrapictóricas son contundentes; sin embargo, el mismo juicio le prohibe caer en propuestas intrascendentes. Como ocurre con Jean Dubuffet, lo contradictorio es presencia constante en la pintura de Widmann. La obra de este artista en todas sus partes técnicas tiene como objetivo mostrar las posibilidades expresivas y enunciativas del arte de la combinación, de la productividad, de la manipulación gráfica y del estricto arte de la pintura. Widmann no pretende representar el mundo, ni rescatar la identidad latinoamericana, ni expresar su subjetividad, ni dar forma sensible a las ideas, ni complacer al espectador. Este silencio me lleva a pensar en Manet o Morandi, que desplegaron hasta el límite su propio tiempo.
Si la magia es un signo universal, el proceso pictórico es la supervivencia de las formas. La pintura es traducción del mundo. El descubrir una realidad permanente. Cada uno de los cuadros de Bruno Widmann es un enigma del espacio; la figura se inventa en sí misma –símbolo antiguo–, aparece en todo momento. Observarla es oírla. La poesía está a punto de aparecer en cada cuadro. Se trata, pues, de una experiencia estética-plástica universal, definida por la interacción de objetos, formas y seres que se concretan en la expresión de Widmann, los cuales actúan y se configuran a través de la materia en múltiples sentidos; se enfrenta a la discontinuidad y complejidad de la propia experiencia pictórica. Todo se ordena y, paralelamente, se desordena, como si la convergencia del equilibrio fuera enemigo único de la gravitación, para que Widmann choque contra estas dos visiones del tiempo, y las contradiga para volver materia viva la pintura.
* Fragmento del libro catálogo Bruno Widmann: quimeras y realidades, que acaba de reeditar el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de Chile. 2007
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