¿Qué pasó con la contaminación transgénica de maíces mexicanos?
Liza Covantes Torres
Colaboradora en el Centro de Estudios para el Desarrollo Rural Sustentable y la Soberanía Alimentaria de la Cámara de Diputados
Correo electrónico: ( www.cedrssa.gob.mx ), [email protected]
En diciembre de 1999, en La Jornada Ecológica abordamos el tema de los organismos transgénicos y la bioseguridad. En esa ocasión el ejemplar se tituló Los transgénicos: un asunto de soberanía, de seguridad nacional . Hoy, a siete años de distancia, ese título es tan vigente, o más.
En este suplemento especial, hago una revisión breve de algunos hechos ocurridos desde entonces. En 1999, en México se cumplía una década de discusión sobre los posibles impactos de la introducción de cultivos transgénicos, entre ellos maíz, debido a que somos el cuarto país en el mundo con gran diversidad biológica. Somos el centro de origen y diversidad de dicho cultivo.
¿Quiénes iniciaron esta discusión sobre el maíz? Fueron especialistas en su cultivo, principalmente genetistas dedicados por varias décadas a estudiar esta especie llamada Zea mays . Los citados investigadores han manifestado decenas de veces al gobierno federal, a miembros del gobierno de Estados Unidos, a legisladores y a compañías semilleras trasnacionales (como Monsanto, Syngenta, DuPont, entre otras) su fundada preocupación de la afectación negativa de los maíces nativos en caso de siembra de variedades transgénicas en el país.
Muchos de estos especialistas consideran que no debe introducirse en el campo mexicano maíz transgénico, que no es necesario; sobre todo porque existen cientos de variedades nativas con una adaptación a los diversos climas y suelos de México y con resistencias naturales a insectos, así como otros caracteres para muchos usos.
Sus opiniones fueron importantes para la definición de una moratoria a los experimentos en campo con maíz transgénico, decisión que tomó en 1999 la Dirección General de Sanidad Vegetal, de la ahora Sagarpa.
Sólo quiero dejarle claro al lector que los primeros señalamientos de posibles impactos negativos para una especie en su centro de origen provino de científicos mexicanos. Personas afortunadas, porque tuvieron acceso a una educación pública profesional, que además llegó hasta los niveles de doctorado.
Estos mexicanos se formaron en el campo de las ciencias biológicas aplicadas a la producción de alimentos y han tenido que enfrentarse en todo este tiempo a una embestida de argumentos promocionales, más no profesionales ni éticos, de otro grupo de mexicanos (y algunos extranjeros) también formados en la universidad pública en el ámbito de las ciencias biológicas. Pero con especialidad en biología molecular, que se basa casi exclusivamente en el conocimiento del núcleo celular de un organismo vivo, de la molécula de la herencia ahí concentrada y de herramientas tecnológicas para su manipulación, conocimiento que debe complementar al agronómico y al ecológico, más no suplirlo.
Los biólogos moleculares probablemente conocen poco de las relaciones suelo-planta-atmósfera-seres vivos, mucho menos de relaciones culturales o del significado de la agricultura y su razón de ser: la producción de alimentos para satisfacer las necesidades de nutrimentos para mantener la vida. Tal vez aún estemos a tiempo para conjuntar esfuerzos y saberes entre diversos actores de la sociedad mexicana para reconstruir la producción de alimentos soberanamente.
Hoy, los mismos genetistas de maíz manifiestan los mismos argumentos de preocupación, más otros tantos acumulados tras casi veinte años de discusión y análisis de lo que significa introducir a un ser vivo instrucciones genéticas que no son parte de un proceso evolutivo o del mejoramiento convencional, ponerlos a convivir en el ambiente en donde van a impactar en los ecosistemas.
Recientemente, junto con otros científicos, han alzado de nuevo la voz, debido a la feroz insistencia y presión de las compañías semilleras sobre el gobierno mexicano para que les permitan sembrar maíz transgénico.
Gracias al intercambio de información entre esos científicos de diversas disciplinas, se han revisado datos sobre los efectos adversos no deseados que se presentan en plantas transgénicas, tanto en experimentos como en siembra comercial en otros países.
Ellos han reflexionado en colectivo sobre múltiples implicaciones de la liberación de maíz transgénico: biológicas, agronómicas, socioculturales, económicas, legales, éticas, entre otras. Para muchos de ellos, si acaso, la posibilidad de experimentar con maíz transgénico, prácticamente se remite a las islas mexicanas, para evitar flujo de transgenes a maíces nativos o a sus parientes silvestres.
Antes de continuar, conviene aclarar algunos conceptos para el lector no relacionado con la agricultura:
Un centro de origen de un cultivo significa una región en donde se domesticó una especie antes silvestre, hoy cultivada. Además, en este centro aún existen poblaciones de ancestros silvestres. En el caso del maíz, uno de sus ancestros considerado es el llamado Teocintle .
Un centro de diversidad genética es un sitio en donde existe una gran variedad de ejemplares de una misma especie. Cada tipo de variedad es diferente a otra en cierta medida, pero sin dejar de ser, por ejemplo maíz.
En México, hay más de 300 variedades de maíces nativos, con características diferentes que pueden ser evidentes, como el color de los granos: blancos, rojos, azules o negros. O no ser tan evidentes como una adaptación especial a un suelo con más sales o a un clima más caliente.
Entonces, cada variedad posee información genética diferente, pero no dejan de ser maíces y, por lo tanto, entre plantas vecinas de maíz pueden intercambiar genes entre sí, gracias a que el viento o algún insecto mueven el polen de una planta a otra.
Asociada a la diversidad genética del maíz existe una diversidad ecológica y también una diversidad cultural. Esta diversidad múltiple se refleja en los más de 300 tipos de maíces sembrados y utilizados en decenas de formas por más de 3 millones de familias campesinas y los 62 pueblos indígenas existentes a lo largo y ancho del país.
Por lo tanto, México es un centro de diversidad de maíz que se mantiene y multiplica continuamente gracias a la siembra año tras año y a la práctica cotidiana de intercambio de semillas entre la población rural.
La domesticación del maíz fue posible a través de miles de años, gracias a la observación y selección de características de interés para las culturas prehispánicas.
De manera similar, el trigo fue domesticado en Asia menor, en la región de los ríos Tigris y Eufrates (Siria) y en la zona del río Nilo.
Por su parte, el arroz se domesticó en varios sitios de Asia y de lo que ahora es el territorio de la India. El maíz, el trigo y el arroz, fueron la base del desarrollo de las grandes civilizaciones de la historia de la humanidad y en la actualidad siguen siendo la base del Sistema Alimentario Mundial.
No en balde sobre estos tres cultivos existen grandes intereses comerciales de compañías semilleras, como Monsanto, que los han manipulado a través de ingeniería genética para crear nuevos productos, variedades transgénicas con objetivos de negocio. Sea o no que resuelvan parcial y temporalmente problemas de plagas. O simplemente que se trate de creaciones para generar otros negocios, como la venta de herbicidas.
Más del 80 por ciento de las variedades transgénicas comerciales (de cinco o seis cultivos), son tolerantes a herbicidas, agroquímicos fabricados también por las compañías de semillas.
Debate mundial
Exactamente el mismo debate sostenido en México por una diversidad de actores sociales que defienden los maíces mexicanos de los riesgos del maíz transgénico, existe en Estados Unidos y Canadá para el trigo, en donde agricultores, científicos y consumidores han impedido la siembra de trigo transgénico.
Por su parte, agricultores, científicos y consumidores han impedido la siembra de arroz transgénico en la amplia porción territorial del continente asiático y sus áreas vecinas. Defienden como en América y Europa el trigo, la diversidad genética del arroz y de su cultura.
Por lo tanto, México no es un país de insensatos e insurrectos. En todo el planeta, en países ricos o pobres, entre gente letrada y no letrada, el debate de los transgénicos tiene para muchos un significado relevante y común: la agricultura, la alimentación y los transgénicos son asuntos de soberanía, de seguridad nacional. Sólo para los que quieren controlar el mercado mundial de alimentos, la alimentación no es nada más que un gran negocio.
Contaminación transgénica
A pesar de múltiples advertencias para evitar flujo génico de maíz transgénico a maíces nativos o criollos; es decir, que polen transgénico los contaminara, esto ocurrió y se descubrió en el 2001 por investigadores de la Universidad de Berkeley, en California.
Estos investigadores (David Quist e Ignacio Chapela) informaron a las autoridades mexicanas sus hallazgos en la sierra de Oaxaca. El gobierno federal decidió verificarlo, lo comprobó, pero lo mantuvo en secreto hasta que la organización ambientalista Greenpeace, el 17 de septiembre de 2001, lo dio a conocer al público.
El anuncio motivó que el titular en turno de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales, Semarnat, Víctor Lichtinger, emitiera un comunicado en el cual oficialmente confirmaba el gravísimo hecho. El Instituto Nacional de Ecología, dependiente de la Semarnat , y la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) colectaron maíz en 18 localidades de Oaxaca y Puebla, cercanas a la zona del hallazgo por los investigadores de California. En 13 de las localidades se encontró la presencia de transgenes, información que sustentó la afirmación de la Semarnat.
Sin embargo, luego de la publicación del citado comunicado, la Secretaría de Agricultura, Sagarpa, negó lo que era ya evidente y probado. Después no le pareció que la Semarnat diera a conocer la comprobación de lo sucedido.
Después, al ser publicado el hallazgo en una revista científica por Quist y Chapela, Sagarpa se dedicó, junto con la industria semillera y científicos cercanos a esta, a atacar el artículo. Aun así, la Sagarpa decidió realizar una investigación mayor a la de Semarnat y convocó a varios investigadores de centros de investigación pública para ello.
El estudio implicó la colecta de varios miles de muestras en más comunidades que las investigadas por Semarnat. Esto se hizo en el 2002 y a fines de ese año, el doctor Ariel Álvarez anunció que pronto se darían a conocer los resultados, pero nunca se hicieron públicos.
Sorpresivamente, en febrero de 2004, a unos días de iniciar en Malasia la primera reunión de los Estados miembros del Protocolo de Cartagena sobre bioseguridad, y ante un escándalo por la firma de Sagarpa, a espaldas del Senado y de la sociedad, de un acuerdo trilateral comercial de productos transgénicos con Estados Unidos y Canadá (TLC transgénico), la Sagarpa decidió hablar sobre el estudio.
Lo poco que dijo se centró en afirmar que sí hubo flujo de transgenes, pero muy poco y que iba desapareciendo.
¿Cuáles fueron las frecuencias de transgenes encontradas?, ¿en dónde y en qué variedades?, ¿con base en qué datos y bajo qué metodología se obtuvieron? ¿durante cuánto tiempo se investigó para decir que la contaminación disminuía? Esto es un misterio, pues no se publicó el estudio.
La gran pregunta es ¿por qué se ocultó esa información?
A seis años de publicada la contaminación transgénica, varios miles de personas de la sociedad mexicana queremos y tenemos derecho a conocer el estudio. Un país que se precia de ser democrático, lo es porque cuenta con un gobierno que informa a su sociedad, que la respeta y no que actúa a sus espaldas y en su contra.
La anterior administración no hizo públicos los resultados de esa investigación realizada con nuestros recursos. La actual tiene el deber de hacerlo, de informar a la sociedad. De lo contrario, las promesas de defender y garantizar la soberanía nacional, la seguridad alimentaria, quedará en promesas.
Lo que sucede ahora con el maíz, a raíz del aumento del precio de la tortilla, muestra la dimensión de la dependencia que el país tiene de los grandes centros de poder, los que controlan los alimentos a nivel mundial.
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